[…] Pero al mirar a su amor en brazos de su rival, sintió en su pecho un dolor y no se pudo aguantar. […] Los maté, sí señor. Y si vuelvo a nacer yo los vuelvo a matar.
Si te agarro con otro te mato, te doy una paliza y después me escapo.
No te asombres si una noche entro a tu cuarto y nuevamente te hago mía.
Desperté y en una habitación yo los vi. Ni un segundo dudé y del cajón saqué mi arma. Ni un segundo dudé y los maté sin decir nada.
Y no deberías haberme tentado, te gusta jugar. Si no quieres flamenquito, no toques las palmas. A lo mejor es muy tarde para echarte atrás.
Con sangre de mis venas te marcaré la frente, para que te respeten aún con la mirada y sepan que tú eres mi propiedad privada.
Femicidios, violaciones, violencia. Basta con hacer un somero repaso por el cancionero popular para encontrarnos con relatos que estremecen a cualquiera que tenga un mínimo de consciencia y practique la empatía.
Desde el tango, pasando por el folklore, el rock nacional y ni hablar del reggaeton —que ocupa el podio— el discurso cargado de violencia machista se repite.
Vemos una y otra vez cómo estos “artistas” lejos de restructurar su música para ser coherentes con el momento histórico que vivimos, alimentan el concepto de “siempre fue así”, y atrasan por lo menos tres siglos.
Si “la vida imita al arte”, como decía Oscar Wilde ¿qué nos queda por inferir de estos “artistas”? Con décadas de diferencia, siempre valiéndose de “lo que está de moda”, quienes que manejan el mercado de la música, imponen sus pensamientos y logran internalizar en los millones de seguidores aquello de “esa letra no habla de mí”.
Ahora bien, esa letra no habla de vos, pero…
Natalia Soledad Ibáñez, recibió un disparo a sangre fría por parte de Adrián Farías, pareja de la víctima, en 2013. El femicida no se arrepintió en ningún momento.
A Silvia Marchesi la mató José Milton Tapia, un militar retirado que la había amenazado en varias oportunidades.
Sofía tenía 7 años cuando su progenitor comenzó a violarla. Lo hizo durante 12 años, hasta que pudo denunciarlo.
A Giuliana Peralta la violó Alexis Zárate, un amigo de su novio. Giuliana le dijo “no”, pero él siguió. Martín Benítez, con quien mantenía una relación de dos años, no hizo nada.
“Sos mía o muerta”, fue lo que escuchó Verónica Notagay antes de que José María Slapak la apuñale tres veces.
Si esa letra no habla de vos, quizás hable de tu amiga, de tu hermana, de tu compañera, de tu hija, de tu vecina, de la chica que está en la parada del colectivo, de tu alumna, de tu profesora, de la que conociste en el boliche, de la que comparte todas las mañanas el desayuno con vos…
¿Acaso no te hierve la sangre al saber que cada 30 horas hay un femicidio? ¿Acaso no sufres cuando lees o escuchas un caso de violación? ¿No te duelen tantas muertes, tantas denuncias, tantas vidas destrozadas? ¿Seguís creyendo que esa letra no habla de vos? ¿Vamos a seguir siendo indiferentes?
Si “la vida imita al arte”, entonces dejemos de reproducir el contenido de estas canciones, porque de ninguna manera podemos seguir legitimando el despotismo de un mercado que se ríe de las mujeres muertas, violadas, violentadas, para convertir sus historias en “poemas bailables”.
La música no hace daño, el discurso que se replica desde las letras de las canciones sí. Hagamos un boicot a los “artistas” que representan la bandera del machismo, seamos conscientes. Escracharlos en las redes sociales es una buena forma de saber quiénes son. El tiempo de “dejar pasar”, ya terminó.