La Argentina está padeciendo consecuencias equivalentes a la salida de un segundo cepo. A comienzos de diciembre de 2015, cuando el dólar oficial cotizaba a $ 9,70, desde el Gobierno recién llegado de Macri se sostenía que los precios en pesos ya tenían asumida e incorporada la cotización del dólar libre o blue, que una vez fuera del cepo terminó siendo en enero de 2016 de $ 13,30, con una devaluación del 44%. Y no fue así porque la inflación anual pasó de 25% en 2015 a 40% en 2016 con el agravante de que habría sido mucho mayor el aumento de la inflación si el Gobierno no hubiera implementado simultáneamente a la devaluación un plan monetario restrictivo que generó recesión (la más segura arma antiinflacionaria) con una caída del producto bruto del 3%, recesión que en los primeros meses de 2016 fue aún superior.
Vale aquí la discusión de entonces entre Prat-Gay y Melconian sobre cuánto del aumento de la inflación de 2016 sobre 2015 fue producto de la devaluación y cuánto obedeció al aumento de las tarifas por arriba del promedio de la inflación. Pero en 2018 volvemos a tener el mismo cuadro, porque también enfrentaremos un aumento de tarifas por sobre el promedio de la inflación más una devaluación también cercana al 40% del dólar, que pasó de $ 17,30 de fines de diciembre a los casi $ 24 actuales.
¿Cuánto aumentará la inflación de 2018 este nuevo combo de devaluación y aumento de tarifas? La inflación de 2016 del 24% fue muy similar a la de 2015, lo que hace suponer que, por más esfuerzos que realice el Gobierno, si el dólar no baja, no solo le será imposible llegar a una inflación de 19% a fin de 2018, sino que hasta podría ser un triunfo el solo hecho de no superar la inflación del año pasado, colocándolo a fin de año frente a la reapertura de las paritarias y comenzando el año electoral 2019 debilitado.
Entre otras, las enseñanzas que deja este haber tropezado dos veces con la misma piedra son, primero, la más obvia: que la relación entre el aumento del precio del dólar y de la inflación es mucho más directa y automática de lo que se supone. Y la más importante, que el llamado pass-through —cuánto pasa de la suba del dólar a los precios de los productos de consumo interno— es más que proporcional al componente importado o de materia prima exportable que tienen esos productos.
El modelo racional de los economistas explica que si, por ejemplo, el pan tiene como componente de costos dolarizable el precio del trigo y el costo del trigo representa solo el 10% del total de costos del pan, a una devaluación del 40% le debería corresponder solo un 4% del aumento del pan, porque el resto de los costos del panadero son en pesos. Y este cálculo en la proporción correspondiente vale para todos los productos elaborados, desde un auto hasta un cosmético o un producto de higiene. Pero como no termina siendo así, se escuchan muchas quejas sobre la cultura dolarizada de los argentinos porque en Brasil, ejemplo que se pone siempre, cuando el dólar sube no se traslada a precios como aquí, dado que los brasileños piensan en moneda local. Otra reiterada comparación es que en Brasil las propiedades se venden en moneda local y en la Argentina en dólares, cuando el costo de construcción es mayoritariamente en pesos y de lo ya construido el precio debería depender solo de la oferta y la demanda locales.
Pero la mejor explicación de por qué la Argentina está dolarizada de hecho me la dio la comitiva de la Cámara de Comercio de los Estados Unidos de Norteamérica en Argentina, AmCham, que visitó PERFIL poco después del cierre del diario en inglés Buenos Aires Herald y previo al lanzamiento de su reencarnación en el Buenos Aires Times, que acompaña a PERFIL en su edición de los sábados. Los directivos de AmCham expresaron la importancia que tenía seguir publicando textos originales en inglés sobre política y economía argentina porque todos los country managers —el CEO en Argentina— de las empresas multinacionales tienen que enviar a sus casas matrices reportes en inglés citando fuentes, y traducir textos periodísticos de actualidad en español era una complicación. Explicaron que no se trataba solo de un problema de las empresas norteamericanas e inglesas, sino de todas las empresas extranjeras que están en Argentina porque, aunque la casa matriz fuera alemana, francesa, italiana, japonesa o coreana, al ser multinacionales con ejecutivos de distintos países, utilizan el idioma inglés como lengua universal de comunicación entre ellos. Y que el nuestro sería un servicio importante para el país porque el 68% del total del PBI privado de la Argentina es generado por productos de las multinacionales, mientras que en Brasil, donde ya no se edita ningún periódico en lengua inglesa, solo un 24% del PBI privado del país es generado por productos de las multinacionales.
Que más de dos tercios de la economía privada argentina, contra solo un cuarto de la de Brasil, sean generados por productos de multinacionales es una consecuencia de los años 90, cuando una muy significativa cantidad de empresas argentinas fueron vendidas a multinacionales aprovechando (los vendedores argentinos) la convertibilidad del uno a uno con el dólar.
De la convertibilidad se salió con una ley; de la dolarización, casi es imposible salir.