Opinión

Verde que te quiero verde

Sin ánimos de entrar en los detalles en esta columna, está claro que la economía bimonetaria (pesos y dólares) argentina no es consecuencia solo de un fenómeno puramente económico, sino también cultural: es el país, fuera de Estados Unidos, que más dólares per cápita tiene en el mundo entero. Una especie de Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) que viene desde hace mucho tiempo calando hondo en nuestra sociedad. Lo cierto es que llegamos otra vez a esta situación crítica en la que vemos la pizarra cada dos minutos en todos los medios esperando la cotización última. Y lo que es peor, temiendo que se desate otra corrida y un empeoramiento en la situación económica que ya está bastante complicada. Pero, ¿cómo llegamos a esta situación?

 

 

Si bien es cierto que la corrida por el dólar se acentuó en estas semanas, la presión alcista existe desde principios de año (perdimos 9.000 millones de dólares desde enero). En marzo, los fondos de inversión internacionales le aconsejaron al ministro de Finanzas, Luis Caputo, acudir al Fondo Monetario Internacional (FMI) por futuros préstamos. No ir más a Wall Street, porque no los tendría más. Es decir que la confianza en el mundo de las finanzas ya estaba minada. Caputo respondió que los conseguiría en el mercado local y que la vía del FMI no era una opción viable desde lo político, porque pondría en riesgo la reelección de 2019.

 

 

De esta manera, no siguió los consejos de sus amigos financistas, y la corrida empezó dos semanas después. Esto fue publicado por Bloomberg, la agencia de las finanzas internacionales.

 

 

Ante el vencimiento de $ 680.000 millones de las Lebacs mañana, existe el riesgo de que algunos de los actores dueños de estos bonos decidan no renovarlos y este porcentaje irse al dólar. Del 100% de los Lebacs, un 38% está en manos de bancos nacionales, un 35% en manos de compañías de seguro y fondos de inversión (muchos extranjeros) y un 27% en manos de inversores privados individuales y organismos oficiales como la Anses, por ejemplo.

 

 

Acudimos al FMI porque no teníamos otra alternativa ya. Y Wall Street está esperando que el monto del salvataje sea entre 50 y 60.000 millones de dólares, el doble de lo que fue el ministro Dujovne a solicitar.

 

 

Goldman Sachs, en la persona de Alberto Ramos, analista para América Latina, dice que estos 60.000 darían “más confort” al mercado. El Credit Suisse informa a sus clientes que los 30.000 sería solo un piso, creyendo la calma vendría con 50.000 millones.

 

 

Si sumáramos la deuda nueva que el Gobierno pidió desde diciembre de 2015 (unos 150.000 millones de dólares) con este salvataje estaríamos hablando de 200.000 millones en dos años y medio, el doble del total de deuda externa que dejó el gobierno anterior.

 

 

De seguir su curso, las exigencias del FMI a cambio del “salvataje” serán las mismas de siempre, las que ya viene siguiendo al pie de la letra la gestión del gobierno: Ajuste todavía más salvaje (aumento edad jubilatoria, congelamiento de jubilaciones, flexibilización laboral, reforma laboral, más despidos de empleados públicos, privatizaciones, AFJP?, etc., etc.)

 

 

Es hora de preguntarnos quiénes ganan y quiénes pierden como resultado de este modelo de apertura del comercio internacional y de endeudamiento. Dónde están y adónde irán a parar los dólares del salvataje. No están invertidos en infraestructura ni mucho menos en inversiones productivas, por cierto. Están fugados al exterior, a las guaridas (paraísos) fiscales, como resultado de las cuantiosas ganancias de la timba financiera que significan los 1,2 billones de pesos de las Lebacs (tal es el monto total).

 

 

Está claro a estas alturas quiénes son los perdedores. En quiénes recae el ajuste. Y cuál será el resultado de este otro blindaje.

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