Opinión

G7= 1+G6 o G7-1 (Macri va a la boca del lobo)

Normalmente la visita del presidente argentino a una reunión del G7 sería vista como un hecho auspicioso de integración con los países occidentales más gravitantes (62% del PBI mundial). Normalmente, salvo esta vez.

 

 

El país anfitrión de la reunión anual que celebran los mandatarios de Canadá, Francia, EE.UU., Gran Bretaña, Alemania, Japón, Italia y el presidente de la Unión Europea (a los que se suman los de Naciones Unidas, FMI, OCDE y el Banco Mundial), tiene el privilegio de invitar otros mandatarios como observadores, normalmente para digitar los temas de su interés. Este año Justin Trudeau, primer ministro de Canadá, le abrió la puerta a los premieres de Argentina —cuidado: Macri no va como jefe del G-20, sino como Presidente de la Argentina—, Bangladesh, Haití, Jamaica, Kenia, las Islas Marshall, Noruega, Ruanda, Senegal, Islas Seychelles, Sud África y Vietnam, un número record de asistentes desde que comenzaron las reuniones en 1975, duplicando el del año pasado a la reunión en Taormina, Italia. Es cierto que, salvo Noruega, no estamos hablando de países de gran prestigio, pero le sirven a Trudeau para imponer la discusión sobre plásticos en el mar, el cambio climático y la pesca (Ruanda es único sin salida al mar).

 

 

Finalizados los conclaves se emite un comunicado conjunto que normalmente obedece a los intereses europeos (la UE controla dos tercios de las firmas más algún adicional que puedan mechar los yanquis). El problema es que desde la decisión de los norteamericanos de escoger a Donald Trump como su máximo representante en política internacional ya nada es “normal”.

 

 

El 8 de mayo Trump abandonó el acuerdo nuclear con Irán reimponiendo las sanciones que afectarían a las empresas que realicen negocios con Teherán (básicamente alemanas: Volkswagen, y francesas: Total, Airbus, etc.), dándoles de 90 a 180 días para que deshagan sus operaciones, antes de bloquearles el acceso al sistema bancario y financiero norteamericano. Si bien aún existe algún nivel de negociaciones, la decisión de la Comunidad Europea de seguir con el acuerdo anunciada el primero de este mes, fue respondida pocas horas después con la habilitación del incremento tarifario a las importaciones de hierro y aluminio de la UE, Canadá y México (Australia y Argentina quedaron exceptuadas por ahora), lo que constituyó dos fuertes cachetazos a Merkel, Macron, Trudeau y compañía.

 

 

El viernes pasado los ministros de finanzas del G7 se reunieron en Canadá, como prolegómeno a la reunión de los mandatarios. Si bien se emitió un comunicado conjunto con las generales acostumbradas, el ánimo de lo ocurrido lo reflejo el ministro francés, Bruno Le Maire, al hablar que más que una reunión del G7 debía hablarse del G6+1 (o G7-1), que “tenemos pocos días para tomar los pasos necesarios para evitar una guerra entre la UE y los EE.UU.” y que “lo que esta reunión del G7 (la de presidentes) va a mostrar es que Estados Unidos está solo contra todos y especialmente solo contra sus aliados”. Mientras tanto “el Donald” le tuiteaba: “Los Estados Unidos deberán, por fin, ser tratados justamente en lo comercial”.

 

 

Hablando este miércoles en el Bundestag (fue la primera vez en la historia que un/una canciller lo hace) Ángela Merkel afirmó que la doctrina de Trump de “America First” muestra que “tenemos un problema muy serio con los acuerdos multilaterales” y que el fracaso en conseguir conclusiones comunes este viernes y sábado podría llevar al caso sin precedentes que Canadá, como país anfitrión, deba emitir sus propias conclusiones, lo que “podría ser el camino más honesto”. Más extremo, Emanuel Macron sugirió ayer que incluso estarían dispuestos a emitir una declaración sin la firma de Trump (el año pasado el presidente yanqui se negó a ratificar el Acuerdo de París por el cambio climático).

 

 

Con los europeos debilitados en sus frentes internos (Theresa May por el “brexit”, Giussepe Conti recién asume, Macron ha demostrado ser un fracaso en convencer a Trump, Merkel está en medio de negociaciones por su coalición), lo que veremos es un Donald Trump mucho más interesado en la reunión del martes que viene en Singapore con el líder norcoreano Kim Jong-un (que promete ser mucho más cálida y podría posicionarlo para recibir en Premio Nobel de la Paz, formalmente los dos países siguen en guerra desde 1950), que por lo que se diga o pase mañana y pasado mañana en Charlevoix.

 

Más allá del encuentro con la jefa del FMI —el evento más importante de su viaje—, la ofensa de la Selección Argentina de fútbol a la gente de Israel le da una notoriedad nada agradable al presidente argentino frente al ala “neocon”, que hoy dirime la suerte geopolítica norteamericana. Así, con los dos bandos en posiciones tan extremas y aunque se escude en la foto final tras el número de asistentes —gana el que quede más lejos de Trump—, Macri va a tener que decidir de qué lado está —su corazón va a favor de los “globalistas”—, y lo que decida va a tener consecuencias de largo plazo.

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