En los momentos más dramáticos, Mauricio Macri vuelve sobre sus viejas utopías, las que lo llevaron al poder. Y acude a sus adversarios de siempre, los kirchneristas, como reaseguro de que acertará su rumbo político siempre que tome el camino contrario al de ellos.
El presidente cree que su cruzada sigue siendo “liberar al país” del populismo. Más en privado que en público, comunica la convicción de que la Argentina todavía tiene por delante consumar un cambio cultural que impulse todas sus potencialidades. Será por eso que usa sin complejos la palabra “revolución” cuando enumera las posibilidades de desarrollo productivo y cita ejemplos que lo entusiasman.
Cuando recuerda Macri los momentos más tensos de estas horas dramáticas de desconfianza financiera, crisis económica y tembladeral político, se reconoce pendiente de la actitud de los pequeños ahorristas. Y ahora, algunas semanas después, celebra como un cambio que esta vez miles de argentinos no hayan corrido desesperados a comprar dólares.
En las dificultades de las negociaciones para acomodar el presupuesto que viene a un déficit fiscal mucho menor, el presidente encuentra signos de la vieja política argentina. En resumen: todos dicen comprender, pero pocos creen necesario colaborar.
Las preocupaciones de la Casa Rosada se domicilian en el conurbano empobrecido y domesticado por años de clientelismo. Las ilusiones macristas, en cambio, viven mucho más lejos, en el interior profundo, en pequeños pueblos y ciudades rodeados de riquezas que nunca pudieron, supieron o quisieron explotar.
Es así como Macri habla con entusiasmo del cambio que cree estar presenciando en Jujuy, donde el turismo, el litio y las energías renovables -a su criterio- ya abrieron una brecha en un sistema feudal alimentado desde el Estado y, para peor, en los últimos años del kirchnerismo, oprimido por una organización paraestatal liderada por Milagro Sala.
El presidente escuchó y quedó entusiasmado con el audio de una cocinera correntina que todos los años iba a trabajar a Mar del Plata y que ahora fue a pasear a la costa con lo que ganó atendiendo turistas en su pueblo de los Esteros del Iberá.
Liberal por intuición y vivencias más que por formación, el Presidente confía en los que construyeron su cultura sin depender del Estado y con su propio esfuerzo. Por eso no parece dispuesto a romper sus compromisos con el campo que produce granos y carnes de exportación. Es sobre esos ejemplos que Macri construye la idea de un país desarrollado desde el interior, al que él espera ayudar con el Gobierno dándole vías físicas y virtuales para poder conectarse entre sí y con el mundo.
Como si necesitara regresar siempre al punto de partida, el presidente cita cada tanto la herencia que dejó “la señora”. No lo hace solo para quejarse del kirchnerismo. Es lo que quiere cambiar como forma de funcionamiento político de la Argentina. Y todavía más importante a los fines prácticos: es el rival que él eligió seguir teniendo.