ANDRÉS CHAZARRETA
(29 de marzo de 1876 - 24 de abril de 1960)
Andrés Avelino Chazarreta fue un músico e investigador argentino del folclore. Fue el primer difusor de la música folclórica argentina, difundiéndola por todo el país desde 1906 con su Conjunto de Arte Nativo culminando con la histórica representación que realizara en el Teatro Politeama de Buenos Aires el 16 de marzo de 1921. Fue quien recogió temas clásicos del folclore argentino como Zamba de Vargas, La Telesita, El kacuy, Criollita santiagueña, entre muchas otras.
Biografía
Después de educarse en escuelas provinciales, ingresó a la Normal. Allí se graduó de maestro en 1896. Ejerció la docencia durante 27 años ininterrumpidos. Fue profesor del internado Muñoz, y director de las escuelas de San Francisco, La Merced y Círculo Católico de Obreros. Desde los 15 años, tocaba de oído diversos instrumentos musicales. Cultivó esa condición en forma autodidacta, salvo las breves lecciones de solfeo que recibió allá por 1898, de Octavio Esteban.
Formó hacia 1906 el Conjunto de Arte Nativo, compuesto por 30 personas, entre ejecutantes y bailarines. Con ellos recorrió primero el noroeste argentino, y luego debutó el 16 de marzo de 1921 en el Teatro Politeama de Buenos Aires, en una representación considerada histórica, porque señaló la primera difusión de carácter nacional de la música folclórica argentina.
En 1905 comenzó a recopilar el folclore musical argentino. A él se le deben la identificación de gran parte de los estilos musicales folclóricos de Argentina, entre ellos:
Orlando del Greco
Tenía quince años cuando empezó a estudiar música siendo muy pronto maestro en la ejecución de varios instrumentos: piano, violín, guitarra, mandolín, bandurria. En total ejecutaba dieciséis instrumentos.
Más tarde siendo maestro normal en Santiago del Estero, tuvo oportunidad de ponerse en contacto con músicos y cultores autóctonos de la campaña. Entonces sintió imperiosamente la necesidad de salvar del olvido los motivos de nuestro folclore, comenzando su gran recopilación en 1905 con “Zamba de Vargas”, para continuar con “El palito”, “La firmeza”, “El cuando”, “La lorencita”, “El marote”, “La mariquita”, “El escondido”, “La media caña”, “El llanto”, “La refalosa”, “El triunfo”, “El pala pala”, “La condición”, “La remesura”, “El prado”, “La arunguita”, “Los aires”.
Su primera obra original fue la mazurca “Anita” de 1904 dedicada a su novia.
En 1916 publicó su Primer álbum musical santiagueño, precursor de otros diez.
Compuso más de 400 obras, algunas de ellas verdaderas joyas del arte nativo como “La cuartelera”, “Siete de abril”, “Criollita santiagueña”, “Zamba alegre”, “La boliviana”, “El 180”, “Mañana de mañanita”, “Esquina de campo”, “El tucumano”, “La gorostiaguista”, “Las aves que hicieron nido”, “Me voy, me voy”, “El minué federal”, “Tei de querer”, “La randera tucumana”, “La Telesita”, “El salta conejo”, “Santiago del Estero”, “Ciudad de Córdoba”, que en formas de zamba, cueca, gato, chacarera, canción, vals, son páginas valiosísimas que aunque han sido valoradas no fueron debidamente como lo merecieron. Se animó al tango componiendo algunos.
Dispuesto a difundir el arte de tierra adentro, formó compañía con cantores y bailarines de sus pagos y debutó en la propia ciudad de Santiago en 1911, recorrió con ella luego todo el país y el Uruguay en incansables giras.
En la Capital Federal, hizo su debut en el salón La Argentina en 1917. Actuó en los teatros Politeama, Apolo, Liceo, etc., las radios Estado, El Mundo, Belgrano, Stentor y colaboró en las películas El linyera, Malambo, La casa del recuerdo.
De su conjunto surgió la notable estilista que fue Patrocinio Díaz.
Sus tratos con el dueto Gardel-Razzano fueron esporádicos, cantando ellos algunas de sus cosas, pero los versos de “El triunfo” que los mismos grabaron no son suyos, es recopilación popular.
Se ha dicho y con razón, que pocos han realizado entre nosotros, tan amplia y valiosa obra didáctica y argentinista; fue un verdadero apóstol de la música y canción nativas, quizá el más grande de sus cultores.
Grabó con solos de guitarra y orquesta en discos Nacional y Víctor. En la primera marca debutó en 1926 con el número 990 y sus obras “Gato arpiado” y “La Pepita”, zamba.
Es bueno recordar lo que dijo el 10 de abril de 1941 al inaugurar su Escuela de Danzas Nativas en la Capital Federal: «Debemos imponer nuestras danzas, que por su galanura, nos dan un ejemplo de moral, contrariamente a las extranjeras que nos están invadiendo desde hace años y van corrompiendo las juventudes», exhortación que aún está en pie.
PABLO RAÚL TRULLENQUE
(13 de enero de 1934 - 5 de septiembre de 2000)
Pablo Raúl Trullenque fue un poeta, escritor, letrista y coplero nacido en Santiago del Estero el 13 de enero de 1934 y fallecido el 5 de septiembre de 2000.
Huérfano de padre desde los cuatro meses, fue lustrabotas, vendedor de diarios y, años más tarde, ayudante de sastre, oficio que le permitió ganarse la vida con decoro.
Proveniente de una familia de músicos, desde temprana edad se dedicó a animar fiestas estudiantiles y recitar glosas escritas por él.
En 1957 se mudó a Buenos Aires donde se relacionó con el cantor Roberto Rimoldi Fraga, para quien compuso una serie de encendidas piezas de desbordante fervor nacionalista, como “Argentino hasta la muerte” o la obra integral “Los Federales”.
En su vasta producción se distinguen claramente dos vertientes, una caracterizada por la etapa en que colaboró como glosista de Rimoldi Fraga y la otra, de mayor vuelo poético y temático, cuando se reveló como el autor más importante que haya dado esta provincia en los últimos años.
A partir de su humanismo a ultranza, concibió un arte poético donde caben su naturaleza de hombre santiagueño, su amor por la tierra, su convicción de que lo tradicional es la fuente natural para la fisonomía de un pueblo, sus ideas de poeta, su estilo y su técnica de creador de canciones populares y la pauta de su fundamental gravitación en el proceso de jerarquización literaria de nuestro folklore.
Es evidente, porque se evidencia en su obra y en su conducta intelectual, que jamás renunció a su condición de poeta para convertirse en letrista de canciones. Entrevió, más bien, que si escribía sus poemas sólo para la revista o el libro, condenaba a su obra a una supuesta circulación de élites.
Por eso eligió para su expresión de poeta la canción; porque entre pecho y espalda portaba un bombo y una guitarra y porque advirtió que la nación era nuestra manera connatural de divulgación literaria y la gran imprenta capaz de comunicar la poesía en gran escala.
Los que aún sostienen que Pablo Raúl Trullenque fue un poeta “menor” porque se limitó a escribir letras para canciones populares, no tienen la menor idea de lo que es ser poeta ni de lo que fue Pablo Trullenque. Él expresó a Santiago del Estero con versos que establecieron una hermandad entre los fantasmas del pasado y los hombres vivientes que hacen la continuidad esencial de un pueblo.
Pero como era un hombre viviente -¡y en qué medida lo era!- conjuró en sus canciones a las cosas, a los paisajes y las costumbres del pasado con ideas poéticas tan presentes que fue capaz de consumar una nueva poesía.
Para todas sus canciones empleó, con exquisita elección, el léxico popular, pero con sonidos capaces de transmitir ternuras, amores y compadecimientos.
Esta es, acaso, la cifra capital de la belleza que logra modular en sus inconfundibles metáforas: “Es una falta envido envido su corazón”, “Es un camino que anda solo bajo el sol”, “Por fincas perfumadas”, “Tu boca, enjambre de besos”, “Hoy mi mesa y mi guitarra, mañana mi último abrigo”.
Coplero por excelencia, cultivó la secular tradición española de manera impecable, pero sin permitir que la avara métrica le limite. S hubiera escrito poemas correctos, poemas regulares, provistos de una gramática tradicional, probablemente hoy sería uno más en la lista de las antologías y las “antojolías”, uno de esos poetas que se leen un par de veces en la vida sin que lleguen a provocar ninguna modificación en nadie.
Pero tuvo la envidiable intuición de olvidarse de los dogmas de la cultura oficial para acercarse al hombre de la calle, al del monte y el campo, al del barrio, al del vino compartido, al amigo amanecido y solo.
Fue varias veces honrado y condecorado: recibió el premio “Cóndor” otorgado por la fundación Estampas y Memorias de la ciudad de La Plata; el premio “Reconocimiento” del centro cultural de la Universidad Nacional de Tucumán, el premio “Ricardo Rojas”, otorgado por la municipalidad de Santiago del Estero, que asimismo le otorgó el título de “Ciudadano distinguido”.
La diócesis de Santiago del Estero lo reconoció con el premio “Eslabón”, en julio de 2000, la Sociedad Argentina de Autores y Compositores lo homenajeó en esta ciudad, oportunidad en que recibió el premio “Chango”.
Una de las bibliotecas populares de esta ciudad lleva su nombre y la Legislatura Provincial lo declaró “Ciudadano ilustre”.
Pero su mayor premio es más sencillo y se renueva todos los días cuando se juntan los compadres y se ven los amigos, cuando las tardes de los viernes se va con los últimos pájaros y empieza lentamente la ceremonia del fuego y del encuentro, la magia convocante del asado.
Cuando la guitarra y el vino despiertan juntos y la mesa es un nido de abrazos y de risas y palabras, cuando cualquiera afina y el otro pide un bombo, cuando arranca el rasguido y la voz se prepara para cantar la copla; es el momento en que, esquivando la tristeza, baja su nombre prendido de los versos para presidir el encuentro de los amigos.
Quiero creer que eso quería Pablo Trullenque, eso buscaba desde que comenzó a escribir: “Estar volviendo siempre.”