Seguramente ha visto usted más de una película donde el muchachito tiene que desarmar una bomba o impedir un ataque terrorista. Estamos todos ansiosos hasta el último momento, esperando ver si lo logra. El muchachito sale maltrecho, lastimado, y lo peor es que nadie nunca sabrá que se evitó un gran desastre. La gente sigue su camino sin saber cuán cerca estuvo de una catástrofe de proporciones. Y si la película es bien estilo Hollywood, este héroe anónimo estuvo la mitad del tiempo haciendo algo en contra de la opinión de sus jefes. Algo así es lo que ha ocurrido en Argentina.
En contra de la opinión de los que creían que Macri sería un monstruo que produciría un gravísimo problema social o de los que aconsejaban tomar la medicina amarga y hacer un ajuste que no fuera gradual, el equipo económico ha tomado una serie de medidas que no se aprecian, o peor, que ni siquiera se perciben.
Se los critica porque el déficit fiscal no se ha reducido suficientemente, porque la inflación es tan o más alta que el año pasado, el crecimiento es todavía una ilusión, y no se ven cambios en la situación social de los más necesitados. Sin embargo, creo que hay que matizar esa situación. El Gobierno ha tenido una serie de victorias, muchas de las cuales son sorprendentes y no debidamente valoradas. Se eliminó el cepo, liberando simultáneamente el mercado y el tipo de cambio, se contuvo el costo de las operaciones con dólares futuros, se pagó a los holdouts, se desregularon las tasas del sistema financiero, se redujeron retenciones, se liberaron exportaciones, se están normalizando —lentamente— las importaciones, se realizaron múltiples pagos atrasados (Vialidad Nacional, subsidios varios, Conicet, etc.), se reintegró a las provincias el 15% que perdieron cuando se hizo la reforma previsional hace 20 años; se contuvo la pasmosa emisión monetaria, se recompuso el nivel de reservas –que ahora sí están-, se corrigió parcialmente el tema tarifario y se organizaron las primeras licitaciones para ampliar la capacidad de generación de energías ¡limpias! De sólo leerlo, es agotador.
El tema es que no es suficiente y, peor, nadie está contento. Los movimientos de precios relativos tienen la característica que los que tienen problemas son fácilmente identificables, y los que se beneficiarán no salen a manifestarse diciendo “gracias, ahora estoy mejor”. Sé que puede sonar muy duro a quienes creyeron que la economía avanzaba a paso firme. Recordemos que, aunque los anuncios eran positivos y rimbombantes, se tomaban medidas que lograban el efecto contrario. El ejemplo más simple es “la mesa de los argentinos”, donde se logró lo opuesto. O el cepo, que no retuvo los dólares.
Ya pasaron seis meses, y con la casa un poquito más en orden la tarea que queda es ciclópea. Se debe lograr crecer y con un mercado interno castigado es muy difícil. Es indispensable aumentar las exportaciones y, al mismo tiempo, reducir las importaciones. Para crecer hay que vender mucho más, aumentando la productividad. Tenemos la inmensa suerte que gran parte de nuestras exportaciones son de origen agropecuario, que el mundo siempre demanda. El ingenio argentino permitirá que también haya otro tipo de productos para vender, aunque será difícil competir ya que otros países tienen mano de obra o costo del capital más barato que nosotros.
Al mismo tiempo, Argentina es un caso casi único en el mundo en donde el Estado es el principal importador de la economía. Para comprar energía demanda dólares que por definición no tiene, ya que sólo puede cobrar impuestos en pesos y la vende —aún a pesar del aumento de tarifas— a precios subsidiados. Esto se irá solucionando lentamente, sólo si ocurren dos cosas: que se consuma menos energía y que el sector privado produzca internamente.
No he mencionado aún el déficit fiscal. Gran parte es inflexible, como por ejemplo los pagos de jubilaciones y pensiones. La financiación del mismo con emisión trae inflación, y si fuera con deuda genera intereses, lo que, a su vez, hace difícil reducir el déficit a menos que haya una considerable reducción del gasto. Si el déficit no se reduce, la economía no puede crecer. Tanto la inflación como el peso de la deuda inhiben el crecimiento.
También es cierto que una economía que requiere inversiones necesita que previamente haya ahorro. Es necesario que la tasa de interés real sea positiva para hacerlo atractivo. No puede seguir habiendo tasas negativas que sólo estimulan el consumo y nunca el ahorro. Es una conclusión extremadamente odiosa, ya lo sé. Pero inexorable.
Para crecer tenemos también fuertes diferencias conceptuales de lo que hay que hacer: los que creen que el gasto público tiene un rol reactivador en la economía deben recordar que gran parte se gasta en el exterior. Los que creen que el Estado debe tener menos injerencia deben reconocer que el sector privado está hoy débil y tiene reducido acceso a crédito. Los que creen que el mercado doméstico es el motor del crecimiento deben observar que hay una fuerte reasignación de gastos (se pagan tarifas más altas y queda menos ingreso para otros sectores). Los que creen que las exportaciones serán el motor, deben esperar a que transcurra el ciclo biológico de la agricultura. Y todos debemos reconocer que el contexto internacional está lejos de ser favorable