Hace un tiempo un amigo recorría distintas localidades del país, y en una visita a un pequeño agricultor en su campo le preguntó:
—¿Se puede mantener una familia numerosa, como la suya, produciendo en un pedazo de tierra tan chico?
Y el hombre le responde: —Si se anima a agacharse, sí.
Con esta frase simple y clara se puede explicar qué significa la Agricultura Familiar. Con escasos recursos y con el esfuerzo cotidiano del grupo familiar se consiguen los medios que se necesitan para vivir y progresar.
La prioridad es obtener alimentos propios en un comienzo. Luego, ahí nomás, la venta al público-domiciliaria, en ferias francas, en puntos fijos locales y cualquier otro posible mercado de la región que surja con el incremento de los productos.
Otro puntal del crecimiento es agregar valor a la producción mediante la calidad, la presentación y la transformación industrial a pequeña escala. Allí aparece la diferenciación por su origen, el impacto visual del tipo de envase, y la calidad intrínseca del producto. El consumidor valora lo que se le está ofreciendo y lo adopta, lo hace propio. Un queso, un salame, un dulce, una yerba; cualquier producto es valorado por la gente cuando ve el trabajo y la dedicación puestos en él.
En Argentina, un millón de personas se dedica a la agricultura familiar y llevan adelante 240.000 unidades productivas. Si, el sector genera un millón de puestos de trabajo, significa más del 50% del empleo rural.
En gran parte de la Argentina, donde se puede producir granos sin riego, se viene observando que una población urbana- rural logra sostenerse con una densidad poblacional de más de 2 habitantes por kilómetro cuadrado. Esto significa que un distrito de 15 km por 20 km necesita superar los 600 habitantes para no desaparecer. En realidad esas 30.000 hectáreas no desaparecen; la gente se va del territorio. Representa el éxodo hacia los grandes centros urbanos de personas que no hubieran deseado hacerlo y que no tienen oficios para trabajar en la ciudad.
Cuando un agricultor familiar deja de serlo ya no producirá su comida ni tendrá su techo. Alguien lo deberá ayudar para que lo obtenga. Estará en la ciudad sin oficio ni querencia, rodeado de nuevos desafíos que, en muchos casos, no sabe cómo encarar.
El lugar del que emigró también tendrá nuevas problemáticas. Porque la falta de aquel vecino, que gastaba su dinero allí y contribuía al desarrollo de la región, significa un menor movimiento del circuito económico local y con ello todos los servicios y actividades sociales. El desarrollo de una región lo hacen las personas que lo habitan, los demás (financiamiento, asistencia técnica, infraestructura, etc.) son recursos que pueden contribuir al progreso. Entonces es necesario sumar otro indicador, el Producto Bruto Demográfico (PBD). Que se encarga de medir cuánto del PBG (Producto Bruto Geográfico) queda en los bolsillos de los habitantes del lugar. Es por estas razones que el apoyo a la Agricultura Familiar se está fortaleciendo desde varias acciones de los organismos públicos. La Secretaría de Agricultura Familiar del Ministerio de Agroindustria, que cuenta con 1.300 técnicos viviendo y trabajando en cada comarca de nuestro país. Yo formo parte de este equipo de trabajo que es la Secretaría, recordando a mi familia entrerriana de pequeños agricultores donde disfruté esa vida. Siempre tenemos en cuenta estas premisas para convertirlas en políticas de Estado que ayuden a cada familia a producir, innovar y vivir cada día mejor.