Opinión

Agricultor, empresario con negocio a intemperie

El 8 de septiembre se instituyó por Ley Nacional el Día del Agricultor, en honor a la creación de una Colonia Agrícola en Santa Fe, en el año 1856, a la que llamaron “La Esperanza”; ¡ y qué bien puesto el nombre a un lugar destinado a cobijar a cientos de familias que, desde su inicio, cuando se radican en un determinado lugar, con sus propias manos, con su propio esfuerzo, empiezan a preparar el terreno que mañana, si Dios los ayuda con la lluvia, la temperatura, etc., procederán a sembrar. En 1944, por decreto 23.317, se instituyó el Día del Agricultor, por ese motivo.

 

 

Pero cuando se afincaron en un determinado lugar, antes de labrar la tierra, en muchos lugares debieron desmontar o retirar piedras y rocas, nivelar el suelo y, en sus inicios, con un arado de madera y un caballo “de tiro”, iniciar el laboreo del terreno que más tarde se transformaría en su campo, en su finca o en su quinta.

Ya nuestros nativos en Santiago practicaban la agricultura, la originaria, la más rudimentaria; la de subsistencia. En los últimos 100 años se produjo la verdadera “revolución agraria”, cuando luego de los grandes conflictos armados en distintas partes del mundo y, en especial, en Europa, comenzaron a llegar al país. A la oleada de españoles e italianos le siguieron los polacos, ucranianos, alemanes “del Volga”, los árabes (sirios y libaneses, en particular), y hasta los que se dieron en llamar “gauchos judíos”, quienes en nuestro país también formaron colonias agrícolas, lo que dio a la agricultura argentina una característica muy particular en la producción, que debía satisfacer las costumbres de cada colonia y a su vez producir.

De esa forma nos transformamos en “el granero del mundo”, que junto a la ganadería le dio a nuestro país un lugar muy importante en el mundo. Luego, “las genialidades de algunos iluminados” destruyeron mucho.

 

 

Hacerle un homenaje al agricultor por medio de una ley debe ser una de las iniciativas más importantes. El agricultor es el único “empresario” que tiene su negocio “a la intemperie”. Si llueve mucho le puede producir daños, pero si la lluvia escasea y hay seca, le produce daño. Si hace mucho calor las plantas pueden terminar marchitándose, pero también se destruyen luego de un intenso frío; el granizo es fatal, el viento, etc., etc. Desde que se siembra hasta la cosecha pasan seis meses “mirando al cielo y mirando al suelo”. Más tarde habrá que esperar que el producto tenga valor y, como gran parte de la economía es informal, muchas veces se tarda en cobrar o no se cobra. ¿Pero saben qué?, a pesar de todo lo descripto, el agricultor se levanta al día siguiente, con alegría y ganas de comenzar de nuevo. En la zona de riego donde vivo, pasó todo esto que les cuento: muchos montes se transformaron en fincas, se trazaron canales de riego, acequias, se hicieron plantaciones de vid, de citrus, cortinas de casuarinas, de álamos, de eucaliptus, se trazaron caminos que no existían, se crearon pueblos, colonias, parajes, etc. Y hoy se producen frutas y hortalizas, trigo, maíz, alfalfa, algodón, y en algunos rubros encabezamos las estadísticas como los mayores productores del país (cebolla, zanahoria, alfalfa de primera calidad, algodón, etc.)

 

 

Para homenajear a todos estos hombres y mujeres que honraron esta actividad sólo hará falta usar unos minutos del día y recordar a algunos de los que forjaron esta historia y luego “se fueron”, dejando a sus hijos, a sus nietos, quienes continuaron perfeccionando el legado. La lista es tan larga que no me animo a nombrarlos. Todos, sin excepción, están en el cuadro de honor.

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