Opinión

Los pequeños paquetes son oportunidades

¿Quién no ha comprado o querido comprar algo por Internet alguna vez? Un juguete electrónico que acaba de salir, una cartera genial por la mitad de lo que vale, un avioncito de colección inconseguible. Y siempre nos atormenta la misma pregunta, si nuestra aduana nos dejaría entrarlo, pero ¿nos preguntamos alguna vez si saldría de origen? ¿Evaluamos tal vez si podría un holandés estar comprando un producto argentino, como nosotros compramos en EE.UU. o Asia? ¿Por qué no satisfacer este mercado nosotros?

 

 

La exportación minorista es la exportación simplificada pensada para llegar directo al consumidor sin otro intermediario que el transportista. Diseñada para resultar al cliente casi tan transparente como comprar en una tienda de su país, permitiéndose incluso el prepago de impuestos para que no deba preocuparse más que por la emoción de esperar al cartero y desenvolver su paquete.

 

 

Este mecanismo permite a productos de nicho, como calibradores de equipo médico o estatuillas de videojuegos, lograr un volumen de ventas que los haga fabricables, ofrece a las Pymes dónde ubicar su excedente en tiempos de vacas flacas, hace posible llegar a países donde la distancia, el idioma o la idiosincrasia no nos llevaría nunca.

 

 

No obstante, a pesar de todos los beneficios que trae consigo, nuestra legislación no sólo no ha facilitado la exportación de pequeños paquetes, sino que en muchos casos la dificulta. La legislación argentina ha sido diseñada para casos clásicos: exportación e importación de contenedores llenos de productos idénticos o a granel, entre grandes empresas capaces de solventar el costo normativo, tanto aduanero como cambiario.

 

Desde el punto de visto aduanero la exportación es regulada según el medio de envío utilizado, Correo Argentino o courier. La legislación que aplica a exportación por correo postal no contempla su uso con fines comerciales. Fija topes mensuales y aclara que no podrá haber mercaderías que “pudiere presumirse que son para uso comercial o industrial”. La legislación del Régimen Courier sí permite el envío de encomiendas comerciales, pero fija un límite diario por exportador de 50 kg y U$S 1.000, lo que pone un techo a la escala del negocio sin importar que éste venda pequeñas cantidades a muchos clientes distintos.

 

Lo que debería ser un motivo de regocijo, vender mucho en una jornada, se convierte en uno de preocupación: se torna imposible cumplir con los clientes. Corregir estas limitaciones sería fundamental, y aunque la aproximación típica suele ser intentar subir estos topes, el problema es conceptual: la legislación debería analizar cada transacción por separado, sin castigar al exportador exitoso si consigue que cientos de consumidores finales a lo ancho del planeta elijan a su tienda (y a nuestro país) como proveedor.

 

En cuanto a lo cambiario la normativa aplica a la llamada “exportación a consumo”, toda aquella donde la mercadería se comercialice para su uso definitivo, obligándose al exportador a liquidar las divisas producidas por la venta en nuestro país. Esta condición, que a priori reviste cierta lógica, se torna en los hechos un escollo para el exportador minorista. La práctica de comercio electrónico ha descartado los pagos bancarios por cable en favor de tarjetas de crédito, billeteras virtuales e incluso bitcoins. En todos estos casos una empresa, en general sin presencia en nuestro país, realiza los cobros a cuenta del exportador y luego le rinde los fondos en bloque. Pero nuestra legislación no contempla esto. No fue diseñada para que se le exporte a A, B y C en diferentes países, pero el pago lo realice mensualmente D, desde un país totalmente distinto (típicamente una plaza financiera).

 

 

Resulta esencial exceptuar a la exportación minorista del seguimiento de divisas o proveerle un medio alternativo al actual, en el cual demostrarle al Estado que las exportaciones se realizaron y las divisas se ingresaron sin más que las guías aéreas de cada envío. En resumen, sería vital actualizar la legislación a un mundo sumamente cambiante, donde los nichos de mercado aparecen y desaparecen en pocos años, donde los medios de pago que se usarán el año próximo aún no se inventaron. Donde se ha vuelto tan fácil comprar como realizar un retwit y podemos ser nosotros, los argentinos, los que estemos esta vez detrás del mostrador.

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