La política argentina no tiene descansos ni en días de luto, y cuando lo hace, lo hace con los dientes apretados. En medio de las brasas que deja el fuego cruzado entre el presidente Javier Milei y el expresidente Mauricio Macri, aliados hasta hace poco, porque ahora se cocina un espectáculo que mezcla acusaciones, cinismo y una cruda disputa por el poder. Y como dice el dicho popular que da título a esta nota: "cuando las papas queman", no queda ni uno.
La frase que arrojó Macri con una mezcla de superioridad moral y estrategia calculada no pasó desapercibida: “Los dirigentes que tenían precio ya fueron comprados, los que quedamos tenemos valores”. Una declaración que, más que un diagnóstico político, suena a un desafío de western: una advertencia de que aún queda un último bastión ético en el PRO, resistiendo la marea libertaria. Pero Milei, fiel a su estilo de combate y provocación, respondió con una ironía que no deja margen para la sutileza: “Que traiga la factura, que la muestre”. El mensaje es claro: no va a dejar que le marquen la cancha, mucho menos desde una trinchera que considera traicionada por los hechos.
Porque lo cierto es que las negociaciones entre La Libertad Avanza y sectores del PRO no son un secreto. Son explícitas, públicas, televisadas. Con nombres propios: Ritondo, Santilli, Espert, Pareja, los Menem. Todos forman parte de una arquitectura que Milei no solo no niega, sino que exhibe con orgullo como parte de una estrategia para “arrebatarle la Provincia al soviético, comunista, bolchevique, liliputiense comunista”, en alusión a Axel Kicillof, con una retórica que bordea el delirio, pero que sigue alimentando el núcleo duro de su electorado.
El conflicto entre Milei y Macri no es nuevo, pero sí es cada vez más evidente. Y lejos de tratarse de un choque ideológico, es una pelea por el timón del barco liberal. Uno, el outsider que incendia puentes, pero avanza, sin libertad; el otro, el viejo capitán que ya no tiene marinos fieles. Porque mientras Macri habla de institucionalidad, Milei habla de eficacia. Mientras uno sueña con 2027, el otro construye desde el presente, aunque sea a base de escombros ajenos.
Lo que queda claro es que el supuesto acuerdo entre el PRO y LLA es más un campo minado que una mesa de diálogo. Y mientras tanto, el resto de los argentinos asiste, una vez más, al espectáculo de ver cómo las cúpulas discuten quién pone más fichas, quién compra a quién, y quién se queda con la última palabra. Porque, cuando las papas queman, todos corren a salvarse. Y ahí, no queda ni uno.
Dalton Sayago
Redacción del Nuevo Diario