El País

Murió el periodista Hugo Soriani, director general de Página 12

Crédito: Enrique García Medina

Hay notas que nunca se hubieran querido escribir, sucesos que un día cualquiera ocurren, inevitables, pero que nadie desearía contar. Y está esta noticia, la de la muerte de Hugo Soriani, que se fue hoy a los 71 años. Durante casi cuatro décadas y hasta su último suspiro, Hugo fue parte inseparable de Página/12 junto a un equipo periodístico que hoy llora y no entiende la partida de un amigo y de un compañero de hacer y de pensar.

Hugo nació el 18 de agosto de 1953 en el Hospital Militar Central, lo que luego sería, decía él siempre, una paradoja de su vida. Pasó su infancia y primera juventud en ese barrio de Almagro que ya no existe pero que sigue estando en algunos bares que cada tanto volvía a frecuentar, como un ritual. Las circunstancias y los detalles de las distintas etapas de una vida realmente intensa, de esas que se dicen de película, son conocidas por los lectores. Porque él las fue contando, con ese estilo siempre tan marcado por el humor a veces un poco ácido que era el suyo, en tantas contratapas de este diario.

Algunas después esas historias fueron compiladas en el libro Los días eran así, donde abrió paso a La cárcel, la política, el periodismo, el fútbol y el rock contados desde la última página. O en el entrañable Las cartas del Capitán, todo un testimonio y un reconocimiento a través de la correspondencia que recibió de su padre, oficial de infantería, a lo largo de los nueve años que pasó en distintos penales como preso político, durante la última dictadura cívico militar, desde sus 21 recién cumplidos hasta sus 30 años.

Quienes lo conocieron escucharon una y otra vez también muchas de esas anécdotas, que sonaban siempre renovadas, y que siempre terminaban con carcajadas generales. Porque cualquier suceso pequeño o importante, que involucrara a personajes centrales de la política argentina o al mozo del bar de la esquina, que transcurriera en la Buenos Aires que este porteñazo nunca hubiera querido dejar o en el lugar donde se sintiera más extranjero, cuando era contado por Huguito se convertía en una gran, gran historia.

Hugo sabía observar, sabía analizar y sabía contar. Y a eso dedicó su vida con la intensidad apasionada que fue su marca de orillo junto a otra: la de ser el tipo más cabeza dura, detallista, memorioso, exigente y auto exigente que, sin exagerar, esta cronista haya conocido. Así vivió y así hizo Huguito, hasta el último suspiro. El, que nunca olvidaba decirle a sus amigos lo mucho que los quería o pensar para ellos los más amorosos detalles y las más floridas felicitaciones, era también el más implacable y directo de los críticos, igual que con él mismo.

Formó parte de la fundación del diario y desde el equipo de conducción impulsó las colecciones de libros, CD, películas, que durante años fueron una marca de Página. Desde 2016, cuando el Grupo Octubre se hizo cargo del diario, asumió la dirección general y se metió de lleno en la conducción periodística junto a Ernesto Tiffenberg, Nora Veiras y Victoria Ginzberg. Junto a otros integrantes de Página fue también un nexo con los organismos de derechos humanos en el diario que siempre los tuvo como parte central de su agenda.

La política, junto con el diario y sobre todo su familia -su esposa Laura, sus hijos Paula, Jorge y Joaquín, que eran su orgullo- fueron sus grandes pasiones. También la música, el rock -amores que compartió de diversas maneras con su gran amigo León Gieco-, el fútbol, River -un amor compartido sobre todo con su hijo Joaquín, su religioso compañero en la cancha-.

En el caso de la política, la cosa comenzó ya en la escuela secundaria, donde entró a militar en el Frente de Lucha Secundarios (FLS), en tiempos de la dictadura de Lanusse. En 1972 empezó a estudiar Derecho y en la facultad se ligó al PRT y al ERP. Era "un mal cuadro", decía él: no le cerraba del todo tener que anular por completo otras pasiones por la militancia, el fútbol, el rock, algún noviazgo; tuvo algún problema con las jerarquías partidarias por "no cuadrarse". Como militante, sin embargo, eligió vivir siempre.

En diciembre de 1974 fue detenido mientras cumplía con el servicio militar obligatorio. Pasó casi diez años como preso político, a lo largo de ese tiempo lo fueron trasladando a las cárceles de Magdalena, Caseros, Rawson y Devoto. Sus libros, en los que reconstruye una historia que es personal y colectiva, dan testimonio de esos años. En particular Las cartas del Capitán, el relato de una relación especialísima: un padre militar, un hijo que abraza la militancia de izquierda y la lucha armada, enormes desacuerdos políticos entre ambos mientras se prefigura y avanza lo monstruoso. "Casi que me puse contento, porque estabas vivo", recuerda que le dijo su padre al enterarse de que había caído preso, en diciembre del 74. Hugo pudo recuperar la libertad recién en diciembre de 1983; salió siendo otro, siguió siendo el mismo.

"Me costó y me cuesta mucho agarrar las cartas, leerlas completas. Porque no puedo parar de llorar. Voy de a poco, me sigue pasando, y hasta que logré escribir algo, fue costoso. Pero es como que me lo impuse, porque quiero dar testimonio a través de mi viejo de lo que fueron esos años. Y reivindicar a esos padres y esas familias que estuvieron ahí, todos esos años, bancando a sus hijos", decía en una entrevista, cuando presentó aquel libro en la Feria del Libro, como en tantas ocasiones importantes de su vida, junto a la guitarra, la armónica y las canciones de su amigo León.

De ese sostén incondicionalmente amoroso en ese padre, durante aquellos largos y vitales nueve años, Hugo hablaría mucho, a lo largo de su vida. Lo pensaría sobre todo desde su propia experiencia de paternidad, de la que también hablaba tanto, como deslumbrado aunque pasaran los años y los hijos ya se fueran de la casa.

De su esposa Laura -la médica y artista plástica Laura Kornblihtt, otra militante a quien conoció poco después de quedar libre- no dejaba de hablar con amor y admiración. De sus hijos Paula, Jorge y Joaquín, con un orgullo que no quería disimular. Del diario, en el que siguió pensando en cada detalle hasta el final, con un amor que excedía largamente lo periodístico. Su marca queda en este diario y en sus compañeros y compañeras de aventura. Y en estas torpes palabras que no quieren ser despedida.

Con información de Página 12

Hugo Soriani Periodista

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