Cada 1º de mayo, en Argentina, además de conmemorarse el Día del Trabajador, miles de familias y comunidades de todo el país comparten un ritual gastronómico que ya es parte de la identidad nacional: el locro. Esta comida típica, originaria de los pueblos andinos, se ha transformado en una tradición profundamente arraigada, especialmente en fechas patrias y conmemorativas.
El locro es un guiso espeso y sabroso a base de maíz blanco, zapallo, porotos, carnes y embutidos, que tiene su origen en las culturas indígenas precolombinas del noroeste argentino. Con el paso del tiempo, la receta fue incorporando elementos de la cocina criolla y europea, dando lugar a una preparación cargada de historia y sabor.
Pero, ¿por qué el 1º de mayo se convirtió en una fecha tan simbólica para su preparación?
La respuesta está ligada tanto al sentido de comunidad que representa este plato como a su historia en el contexto del movimiento obrero. El Día del Trabajador conmemora la lucha por los derechos laborales y la unión de los trabajadores, y el locro, como comida que se cocina en grandes cantidades para ser compartida, encarna ese mismo espíritu de solidaridad y pertenencia colectiva.
Desde hace décadas, el locro del 1º de mayo se ha vuelto una costumbre en sindicatos, agrupaciones políticas, clubes, organizaciones sociales y familias que lo cocinan al aire libre, en grandes ollas populares, como parte de actividades comunitarias que recuerdan la historia de lucha y resistencia del movimiento obrero.
Además, al tratarse de un feriado nacional, muchas personas aprovechan la jornada de descanso para reunirse en torno a la mesa con amigos y seres queridos, haciendo del locro un símbolo no solo de la identidad gastronómica argentina, sino también de encuentro, celebración y memoria.
De esta forma, cada cucharada de locro que se sirve el 1º de mayo no solo calienta el cuerpo, sino que también reaviva el espíritu de lucha, unión y tradición que caracteriza a los trabajadores argentinos.