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El País Homenaje

El recuerdo del cura argentino que despidió a Francisco como si fuera su padre: “El fútbol lo acercó a Dios”

El sacerdote Juan Gabriel Arias traza un retrato humano y conmovedor de su amistad con Francisco, el pontífice más argentino de todos.

“Conocí a Francisco cuando yo aún no era cura. “Hoy llevo 28 años de sacerdocio, pero para mí él siempre fue eso: un padre”, recuerda Juan Gabriel Arias tras aterrizar en Roma, donde participará del funeral del sumo pontífice.

En la voz del cura hay gratitud, pero también un temblor. Porque cuando uno pierde a un amigo al que quiso tanto, se queda buscando señales. Y a veces, aparecen. “Hace dos semanas, sin querer, encontré una tarjeta de bendición que me había mandado en 2022. Fue como si me hubiera dicho: ‘Estoy acá‘. Y ahí entendí que la muerte, con él, no podía tener la última palabra”, recordó.

En 2022, cuando el padre Juan Gabriel Arias celebraba sus 25 años de sacerdocio, recibió una bendición escrita del papa Francisco que conserva como un tesoro.

“A mi hermano Juan Gabriel Arias —dice el texto—, le imparto una especial bendición, deseándole abundantes frutos de santidad y gozo espiritual”. Fue una caricia en papel, un lazo que reafirmaba su hermandad más allá de los continentes.

Cuando Bergoglio fue elegido papa, Juan contó a TN que pensó que iba a perder esa relación de amistad. Que la distancia los correría de ese vínculo sagrado. Pero ocurrió lo contrario. La cercanía se volvió más honda, más silenciosa, más verdadera.

Cuatro meses después de la elección, el padre Juan Gabriel viajó al Vaticano a visitar a su amigo. A la hora del almuerzo, todos juntos se sentaron a comer. “Había obispos y sacerdotes que formaban parte del equipo del papa y ante todos ellos, Francisco me empezó a preguntar por mis cosas, me pidió que contara cómo venía mi trabajo en los barrios populares, cómo fue la experiencia de hacer un viacrucis submarino en Puerto Pirámides en Chubut, qué tal mis cosas como misionero en Mozambique, entre otras cosas de una larga lista”, recordó el padre con una sonrisa.

“Me hizo contar todo. Y cuando quedamos solos, me dijo: ‘Yo ya sé todo, me lo contaste varias veces. Pero quería que lo dijeras para abrirles la cabeza a los otros, que no se queden encerrados en estas lujosas cuatro paredes’”. Así era él, predicaba sin levantar la voz e incomodaba con dulzura para abrir un mundo repleto de cierres.

Ese día también hubo un gesto de complicidad. Juan, fanático de Racing, mostró con orgullo su tatuaje en el brazo: el Sagrado Corazón de Jesús con el escudo de la Academia en el pecho. “Todos se quedaron con la boca abierta. Y Jorge me sonreía cómplice. Fue un momento único. Mis dos pasiones estaban ahí: la fe y el fútbol”.

En rigor, Juan Gabriel fue el primero en llevarle al papa una camiseta de fútbol, ni más ni menos que con el número 88.

Uno era fanático de San Lorenzo y el otro de Racing, pero nunca se burlaron. Ni siquiera ante los peores o mejores resultados. “Será que, como en la vida, no le encontrábamos sentido a eso. Creo que el fútbol, de alguna manera, lo acercó a Dios. “Porque en la pasión por el fútbol yo no tengo dudas de que hay algo divino”, reflexiona.

Y como si esa escena no bastara, Juan guarda otra imagen: la de Francisco comiendo tarde, en una mesa sencilla, rodeado de empleados de cocina. Preguntando por el hijo de fulano, por la madre de mengano. Llamando a cada uno por su nombre. “Ese era su momento preferido”, dice. Como si el gesto más santo fuera, simplemente, preguntar cómo está el otro.

Con la voz quebrada, pero firme, el padre Juan Gabriel confesó a TN lo que muchos sienten en este momento de despedida: “Son días de sentimientos encontrados: de mucha tristeza, pero también de gratitud. Porque Francisco trabajó mucho y debemos agradecer su existencia y sus doce años de servicio en el rol más importante. “Francisco fue una bendición para la Iglesia”.

En definitiva, Dios le hizo un regalo: no dejó que muera en el hospital. “Le permitió volver a casa, caminar otra vez entre su gente, dejarse ver en camiseta, y sonreír bajo el sol del domingo de Pascuas, como uno más”.

Porque si algo supo Francisco hasta el último día, fue que la grandeza verdadera no se viste de oro ni de púrpura, sino de gestos simples. Que la santidad también se sienta a la mesa, pregunte por la familia del cocinero o bendiga a un hincha de Racing con un cristo futbolero tatuado en el brazo.

Papa Francisco
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