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El País

Hagamos lío: el legado disruptivo del Papa Francisco

Francisco no eligió la tibieza ni la diplomacia. Apostó por una relectura evangélica que tensiona con el catecismo neoliberal

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Crédito: El Cronista

El 20 de septiembre de 2024, en el Palacio San Calixto del Vaticano, el Papa Francisco conmemoró una década del primer encuentro con los Movimientos Populares. A su lado, referentes de organizaciones sociales llegadas desde todos los rincones del mundo escucharon al pontífice argentino repetir un manifiesto incómodo para el poder y un programa urgente para los desposeídos: tierra, techo y trabajo. Pero también, memoria, dignidad y organización.

Apegado al estilo llano que caracterizó su papado, Francisco no eligió la tibieza ni la diplomacia. Cuando evocó la represión a trabajadores y jubilados frente al Congreso argentino, no habló en abstracto. Describió con crudeza una escena todavía fresca en la retina nacional: “Obreros, gente que pedía por sus derechos en la calle, y la Policía la rechazaba con una cosa que es lo más caro que hay, ese gas pimienta de primera calidad”.

La denuncia no fue una queja: fue un diagnóstico político: “No tenían derecho a reclamar lo suyo, porque eran revoltosos, comunistas. No, no, el Gobierno se puso firme y en vez de pagar justicia social pagó gas pimienta. Le convenía”.

 

La crueldad hecha política

Desde que asumió como jefe de la Iglesia Católica, Jorge Bergoglio apostó por una relectura evangélica que tensiona con el catecismo neoliberal. En su mensaje ante los movimientos, volvió a cargar contra la acumulación obscena de riqueza: “No es una virtud, es un vicio. Acumular no es virtuoso, distribuir sí lo es”. Más aún: la ambición desenfrenada “no es fuerza creativa, sino actitud enfermiza”.

En tono pastoral, pero con contenido punzante, habló de “una cultura muy fea: la del ganador”, que alimenta la lógica del descarte y convierte a las víctimas de la desigualdad en “tirados”. A esos marginados –los nadies, los rotos, los silenciados– les pidió que no se resignen: “Si el pueblo pobre no se resigna y se organiza, más tarde o más temprano las cosas cambiarán para bien”.

 

El colonialismo versión litio

Francisco no se ahorró referencias incómodas para los dueños del discurso dominante. Con mirada crítica, alertó sobre la persistencia del colonialismo, ahora travestido de “progreso extractivo”: “Pienso en algunas experiencias de mi país donde el colonialismo se llama litio y se explota a tanta gente”. El mensaje no requiere subtítulos.

De igual modo, fustigó a los sectores más ricos que, por pura avaricia, sabotean políticas de justicia social y de cuidado ambiental. “Disfrazan su codicia con ideología, pero es la vieja y conocida avaricia”, sentenció. Y cerró con una de esas frases de sobremesa de abuela que Francisco suele rescatar para hablarle al pueblo: “El diablo entra por el bolsillo”.

 

La alternativa al caos: comunidad organizada

El mensaje de ese encuentro fue contundente: sin políticas públicas que garanticen derechos económicos, sociales y culturales, la violencia social se expande. En su visión, la única forma de frenar ese colapso ético es con comunidad organizada: “Que nadie quede tirado, por favor. ¡Hay tantos tirados por las calles, tanta gente que no tiene para comer, que perdió la casa, el trabajo!”.

En ese encuentro Francisco apuntó a la raíz del problema: la inequidad. Esa que “no sólo margina, sino que es el germen de los males sociales”. Formado como jesuita y peronista defendió la función social de la riqueza y propuso alternativas a modo de llamada a la acción: un salario básico universal, más impuestos a los multimillonarios y un pacto por la dignidad humana.

Justicia social con compasión. “La justicia social es inseparable de la compasión”, insistió en aquel encuentro. Y puso como ejemplo a los movimientos populares: “No trazan planes en el aire, trabajan cuerpo a cuerpo, persona a persona, desde la más absoluta precariedad, a veces sin ayuda del Estado, otras siendo perseguidos”.

Al cierre, consciente de que su prédica incomodaba a las élites que se presentan como dueñas de la fe, aclaró: “Esto no es comunismo, es Evangelio puro”. Y remató con una advertencia dirigida a los fieles que, como en la Argentina, lo denostaban por sus posiciones “colectivistas”: “Si no aceptás eso, no sos cristiano”, le respondió a esa elite de comunión diaria que lo combatieron hasta el final.

En aquella convocatoria a los movimientos populares, Francisco no solo mantuvo su opción por los pobres: las radicalizó. En un mundo donde los poderosos blindan privilegios y los gobiernos disciplinan con represión, el Papa llamó a “hacer lío”. Pero no cualquier lío. Uno organizado, persistente y colectivo. Uno que reponga la esperanza donde el mercado sembró desesperación. Porque como definió el propio Francisco: “De la acción comunitaria de los pobres depende no solo su propio futuro, sino tal vez el de toda la humanidad”.

Con información de El Destape

 

 

 

 

 

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