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El País Orgullo argentino en la historia bélica mundial

Murió a los 107 años Ronnie Scott, el piloto argentino que luchó contra Hitler en la marina británica

Había nacido en Villa Devoto, Ciudad de Buenos Aires, en 1917, y había vuelto a vivir a su barrio hace tres años. En 1942, fue uno de los cinco mil voluntarios argentinos que se ofrecieron para pelear contra las tropas nazis.

Ronald David Scott. Tenía 107 años. Hubiera cumplido 108 el 20 de octubre. Había nacido en la Buenos Aires de 1917. Era hijo de una enfermera inglesa y de un excombatiente escocés en la guerra de los Boers en Sudáfrica que se había instalado en Buenos Aires, donde fue juez de rugby y un excelente pescador. Su último lugar fue la Asociación de Beneficencia Británica y Norteamericana, el hogar de ancianos de la comunidad británica y norteamericana con sede en el mismo barrio donde nació. Villa Devoto.

Los medios titulan su vida como la historia del argentino que combatió contra el nazismo en la Segunda Guerra Mundial, el legendario piloto de los Spitfires, el avión de caza usado por la Royal Air Force. Su primera filiación con las naciones de sus antepasados ocurrió cuando tenía catorce años y su padre ya había muerto. Era 1931 y el Príncipe de Gales, el futuro rey Eduardo VIII, había llegado de visita a la Argentina por segunda vez. Lo llevaron a jugar al polo al club Hurlingham y allí estaba Ronald junto a su tía, cuando Edward Albert Christian George Andrew Patrick David, el nombre secular del sucesor, se le acercó con su caballo. “¿Serías tan amable de conseguirme un agua tónica?”, le pidió.

“Yo era un pibe y le dije: ‘Cómo no, señor’. Fui a buscar el agua y me pregunté si le gustaría con limón, y pedí que le pusieran limón. Y cuando vuelvo, viene otra vez al galope, muy simpático, y le digo: ‘Señor, acá lo tiene con limón, espero que le guste’. Y él me dijo: ‘Muchas gracias, prefiero con limón’. "Era un tipo muy canchero”, recordó en una entrevista publicada en Infobae en 2018. Tras esa interacción casual, fue invitado a la embajada británica a conocer el HMS Eagle, el primer portaaviones que amarraba en la historia de Buenos Aires, aquel que había traído al Príncipe Eduardo al país.

Tal vez esa visita fue una semilla. Algo caló en aquel adolescente fascinado ante buques y aviones de guerra, porque once años después, en 1942, cuando la Segunda Guerra Mundial tronaba del otro lado del océano, se alistó como voluntario en la marina británica para combatir contra las tropas alemanas de Adolf Hitler. Fue uno de los cinco mil argentinos, 400 mujeres, que participaron activamente de las acciones aliadas durante cuatro años. “No tenía una real conexión con Inglaterra ni con Escocia. Siempre había tenido la idea de viajar allí. “Aceptabas a Inglaterra y Escocia como algo de lo que querías ser parte”, sostuvo en el documental sobre su vida, Buena onda: The Tale of Ronny Scott, que fue presentado por la productora británica Grammar Productions en 2021.

“Fui a la embajada y dije: ‘Aquí tienen otro voluntario, pero tengo una condición: no quiero ir a la Real Fuerza Aérea, todos quieren ir allí‘. Yo quería ser piloto naval, con la experiencia que tenía. “Me gustaba la atmósfera a bordo”, contó sobre el momento de su enlistamiento. Por entonces, jugaba como medio scrum en el rugby de GEBA. En Buenos Aires, su madre estaba en un estado de salud frágil, al cuidado de su hermana. Su odio contra el nazismo pesó más que acompañar la agonía de su madre. Decía que Hitler era un demagogo, “un horror”, y lo comprobó cuando, al llegar a Liverpool, vio cómo todas las iglesias habían sido destruidas tras bombardeos nazis. Superó exámenes de rigor y partió hacia Inglaterra sin mirar atrás: integró el contingente de 32 voluntarios argentinos y arribó a Liverpool el 19 de abril de 1943.

“Luego partí hacia Londres solo. El entrenamiento inicial en la Royal Navy llegó a su fin y me seleccionaron como candidato a piloto en el curso número 53 de aviadores navales. Egresé con el grado de Sub Lieutenant el 16 de junio de 1944. “El grado estaba por encima del guardiamarina y era equivalente al de teniente de corbeta”, relató. En Canadá estuvo seis meses, volvió a Europa como oficial de la Marina y se incorporó al Escuadrón 794 para enfrentar a la Luftwaffe, la fuerza aérea nazi. Participó en misiones de reconocimiento, entrenamiento y prácticas de tiro. Voló aviones Tiger Moth, Blackburn Sea Skua, Miles Master y el Supermarine Spitfire.

Dijo haber convertido su sueño en realidad cuando se graduó, el 17 de noviembre de 1944, en piloto de Spitfire. “Fueron cincuenta y cinco minutos inolvidables. Despegué con capota abierta, aceleré teniendo en cuenta los costados, pues hasta no ganar velocidad la nariz del Spitfire ocupaba el frente de la cabina y no se veía nada adelante. Al acelerar, el morro bajaba y uno veía para adelante perfecto. Mover el bastón hacia atrás con delicadeza y alejarse del suelo, el ruido del motor... La adrenalina se apoderó de mi cuerpo. Volar un Spitfire era tocar el cielo con las manos, era el avión más emocionante que hubiese podido volar hasta ese momento. Ensayé un viraje cerrado y me sorprendió. ¡Dios mío! Esto era otra cosa: el cuerpo se aplastaba contra el asiento y el comando te llevaba adonde quisieras. Impresionaba. Era bestial, inigualable”, retrató, según apuntó el escritor Claudio Meunier, autor del libro Alas para la victoria, en un artículo publicado en La Nación.

“Estuve tres meses controlando un área ligeramente al sur del Támesis, de cinco kilómetros de ancho, y la batería de costa me hablaba y me avisaba sobre los aviones que venían. Yo tenía un mapa rectangular con fichas magnéticas; iba marcando y, si entraban en mi sector, tenía que avisar a la policía, hospitales, home guard, y por tres meses no me tocó nada. Un día que me fui a Wembley por un trámite, pasaron siete por encima. “Los alemanes eran muy puntuales para bombardear; lo hacían a la mañana, al mediodía y a la noche”, detalló. Durante la mayor parte de su servicio en la fuerza aérea británica, Scott no participó de acciones de combate: voló misiones de reconocimiento y entrenó pilotos. Su tarea era que los cazas lo persiguieran a él para así perfeccionar la puntería de los bombarderos británicos. Una vez casi muere en una sesión de práctica: “Estaba volando en un entrenamiento de tiro aire-aire a cinco kilómetros de la costa, sobre el mar, y se me plantaron los motores, así que el avión empezó a caer libremente”. Dijo que estar al filo de la muerte “viene bien como experiencia”.

Vivió solo cuatro años en Inglaterra, entre la guerra y la paz. El 8 de mayo de 1945, cuando Alemania capituló, se encontraba descargando mercadería de un tren en Belfast, Irlanda, junto a los hombres de su tropa. Hacía calor y los muchachos le pidieron a él, que era su superior, que les dejara tomar unas cervezas en un bar frente a la estación. Sonó una sirena a modo de anuncio y de celebración. “La gente salía por las ventanas, por cualquier lado, gritaba de alegría”, describió y agregó: “Todo el mundo, lo primero que hacía era chaparse con alguien, ¡había que besar a las chicas!”, contó.

El 25 de diciembre de 1946, como regalo de Navidad, regresó al país: a su país. No le interesaba seguir desarrollando en Inglaterra una carrera militar. Su propósito era vencer a Hitler. Con el logro conseguido, solo deseaba volver. “Yo siempre pensé que iba a regresar a Argentina. Faltaba Japón, por lo que siguió hasta septiembre la guerra. Analizando mis años, no creo que en ese período de los 40, conmigo a los 25, tuviéramos una sociedad que no conocía reos. Era lindo vivir acá, volver. Supe de entrada, cuando jugaba al rugby y miraba a mi alrededor, que teníamos una comunidad de gente buena. “No necesariamente rica, pero gente de buen nivel, educada, ¿qué más querés?”, graficó.

Trabajó en una empresa textil como gerente, pero dos años después decidió perseguir su pulsión de vida: dejó su puesto de ejecutivo para ingresar en la compañía aérea nacional Aeroposta Argentina como piloto comercial, voló en la línea a la Patagonia los épicos DC-3. Tras la fundación de Aerolíneas Argentinas, viajó como comandante del Douglas DC-4, como comandante del Comet 4 y como comandante del Boeing 737. Para entonces, ya había conocido a Marian en una fiesta, ya se habían casado en 1950 y ya habían nacido sus dos hijos, Rogelio y Davis.

En 1978, a los sesenta años, se jubiló. Acumulaba veintitrés mil horas de vuelo como piloto comercial y había fundado el sindicato APLA (Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas) para defender los derechos de los trabajadores del sector. Había sido reconocido por la aviación naval británica como el piloto más longevo que participó en la Segunda Guerra Mundial. Había sido nombrado Teniente de Corbeta Aviador Naval y por su edad, decano de los aviadores argentinos. Vivió en San Isidro hasta 2021, cuando se instaló en la Asociación de Beneficencia Británica y Norteamericana de Villa Devoto para iniciar su descanso. Tenía más de cien años y seguía jugando a las bochas y andando en bicicleta.

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