Estando una vez en la campaña santiagueña, Manuel Gómez Carrillo comenta: "A eso de las 8 de la noche, oigo rumores de música, castañas y alegres palmoteos. -¿Qué ocurre?" - le pregunto al dueño de casa- "Hombre, se ha muerto un niño. Es un velorio de un angelito"- En efecto, en un rancho distante a 2 cuadras, se celebraba la susodicha fiesta, que en este caso, significaba lo mismo.
Sonaban 2 guitarras, la gente zapateaba debajo de una ramada. Afuera, junto a la pared, estaba El Angelito, sobre una mesa, bien adornado con flores de papeles blancas y rojas. Muchos bebían y algunos ya estaban pasados. Compraban allí mismo el licor, que en una sola copa servían a las gentiles doncellas del pago. La alegría era completa.
Completaba este cuadro singular, por no decir salvaje, una tabeada que se había armado en un montaje de la casa, a la somnolienta luz de una vela plantada en la tierra blanda.
El velorio terminó con el canto siguiente en tiempo de vals, impregnado de tristeza: "Para cantar a un Angelito / primero rezo un bendito". Después se inicia el vals para cantar luego en el aire religioso: "La madre de este Angelito / parece que está de duelo / estos versos que le canto / que le sirven de consuelo / con una luz en la mano / desde lejos he venido / a velar a este Angelito / que el Señor lo ha recogido / Angelito de mi vida / llorando gotas de sangre / en el cielo y en la gloria / rogarás por tus hermanos / adiós mi padre y mi madre / echarme su bendición / para ver si puedo alcanzar / de nuestro Padre el perdón". En los intervalos se danza y se bebe desmedidamente.
DEL LIBRO INÉDITO "ANÉCDOTAS DE FOLCLORISTAS SANTIAGUEÑOS" DE OMAR "SAPO" ESTANCIERO.