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“Globalismo”: nuevas derechas, conspiracionismo y elites globales

Globalismo, de Agustín Laje, expone la visión ultraconservadora de una élite internacional que supuestamente busca conquistar el mundo con una agenda antinatalista.

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Crédito: Página 12

El fin de semana pasado, Agustín Laje —uno de los principales detractores de la llamada ideología de género en Latinoamérica— presentó Globalismo en un evento en la Feria del Libro. Después se lanzó a una gira por Latinoamérica. Laje es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad de Córdoba, influencer formado en Washington en “tácticas de contraterrorismo”, autor de Generación Idiota y El libro negro de la nueva izquierda.

Es también uno de los principales responsables de haber dado forma y letra a una subcultura de derechas que, en Argentina, desde hace varios años, tiene gran adherencia entre adolescentes y postadolescentes varones, a los que cautiva por YouTube mediante una directriz ideológica que cruza ideas conservadoras, liberales y nacionalistas.

En Globalismo, Agustín Laje desarrolla un tema que viene siendo el centro de preocupaciones de muchos. “Globalismo” refiere una ideología política que aboga por subordinar el poder de los Estados nacionales a organismos supraestatales. A menudo, según el autor, se nutre de las ideologías progresistas y woke.

Se trata de una palabra relativamente nueva que irrumpió en el vocabulario político recientemente y que es usada como punto de acuerdo de dirigentes muy distintos entre sí. No es La Libertad Avanza el único espacio político local que ve en los organismos internacionales —todos menos el FMI, por lo menos a juzgar por las direcciones hacia donde apuntan los cañones de este libro— agentes de injerencia foránea o parásitos de la soberanía.

El globalismo es, para Laje, un proyecto político que busca consolidar un régimen de gobernanza global que subordine a los Estados nacionales, imponiendo una agenda ideológica uniforme que desmantela las estructuras culturales, jurídicas y sociales.

Lo presenta como una suerte de continuación de los autoritarismos del siglo XX —donde incluye al nazismo, los fascismos y el estalinismo—; el movimiento globalista sería una continuación, con la salvedad de que, en lugar de exacerbar el nacionalismo, por el contrario, busca establecer una gobernanza global.

¿En qué contexto y a qué lectores les habla Laje de este tema? La mayoría de los sectores nacional-conservadores a nivel global hoy rechaza la etapa más agresiva del proceso de globalización, lo que explica el enfoque antiglobalista que adopta el influencer ultraderechista. La propuesta globalista se encarna en Organizaciones Internacionales Públicas, ONGs y Foros Mundiales. Y se expresa con la Agenda 2030 como hoja de ruta.

En ese mismo marco, muchas corrientes de la derecha radical se enfrentan al mismo tiempo a lo que consideran la “casta globalista” y también a lo que llaman “comunismo”, al que consideran resurgido —pese a la caída del Muro de Berlín— bajo nuevas formas, especialmente a través de lo que identifican como “marxismo cultural”. El marxismo cultural tendría como principales preocupaciones hoy: la justicia social, los feminismos, los derechos de la comunidad LGBTI y la agenda socioambiental.

Como prueba del vínculo entre globalismo y comunismo, las derechas radicales citan los “desafíos globales, diversos e inclusivos” de la ONU. Por supuesto, también entran en esa lista el Banco Mundial, el BID, la OEA, la CIDH, Open Society Foundations, BlackRock, Ford Foundation.

Lo que Laje expone en Globalismo está alineado, punto por punto, con lo que Donald Trump representa en términos geopolíticos cada vez que enarbola un discurso en defensa de la civilización occidental, el nacionalismo y la denuncia de la “dictadura de Bruselas”, por ser la sede política de la Unión Europea.

No es de extrañar que por fuera de su círculo de lectores a Laje se lo acuse de promover teorías conspirativas: Globalismo es un libro de 600 páginas donde no hay análisis cuantitativos que sustenten sus apreciaciones. No hay números, estadísticas, ni datos de publicaciones científicas, más allá de sus lecturas entre líneas —como si hubiera transcripto sus subrayados de los artículos de Klaus Martin Schwab, presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial, y los documentos públicos de organismos internacionales como la OEA, la CIDH.

Seguramente no sustenta lo que dice con datos por fuera de sus interpretaciones porque tampoco existe una comunidad de colegas y lectores que le demande esas responsabilidades, en un contexto que la filósofa italiana Marina Garcés caracteriza como “radicalmente antiilustrado”, donde el conocimiento validado —es decir, la ciencia— se ve envuelto en descrédito y mala reputación.

En este libro los objetivos de la Agenda 2030 son enumerados, pero solamente eso. Y la verdad es que hay que hacer un ejercicio de omisiones muy grande para ver en ellos una declaración de deseos porque sí o caprichos. La agenda sustenta sus propuestas en datos científicos que no son citados por Laje.

Uno de los mayores problemas con Globalismo es que plantea una discusión en apariencia erudita —600 páginas, bibliografía de seis páginas, una línea histórica que va desde la Revolución Industrial hasta el presente—, pero, al fin y al cabo, lo que hace es una cruza de géneros ensayísticos.

Lo que sí es interesante del libro de Laje es que ayuda a entender qué hay detrás de los discursos que el presidente pronuncia, por ejemplo, en Davos o cada vez que tiene oportunidad de hablar contra el avance de derechos de las mujeres, la población LGBTI, entre otros sectores. Funciona como un libro gordo de los neoconservadurismos del siglo XXI.

Además, créase o no, el libro de Laje es en gran parte una crítica al capitalismo. Por algo se dice que hoy estamos ante derechas que le disputan a las izquierdas su capacidad de indignarse frente a la realidad y de proponer alternativas. De ahí la pose de patear el tablero con discursos contra las élites —en este caso globalistas— y el establishment.

Ahí encuentra también su fuerza tanto la descripción que Laje hace de “las élites globales que diseñaron la Agenda 2030”, como la que tuvo alta efectividad durante 2023 y 2024 en Argentina: la narrativa de la casta. Difícil de sostener, sin embargo, a un año y medio de gestión, con algunos de los peores exponentes de la casta perfectamente abrazados a sus cargos en los tres poderes.

Pero no es al capitalismo como sistema el blanco de Laje, sino al capitalismo progresista. Es decir, uno que es percibido como cínico o hipócrita por promover discursos y acciones asociados a la “responsabilidad social empresarial”.

Otro problema es que el libro se basa en una mirada reduccionista de ese tema hasta la caricatura. Parece querer decir algo así: como las máximas de la responsabilidad social de las empresas suelen incluir invitaciones a promover hacia adentro la no discriminación de poblaciones históricamente vulneradas, entonces, los feminismos, el antirracismo y todo tipo de activismo woke no tienen más vuelo —ni una historia, un desarrollo teórico, callejero y demás— por fuera de la utilización que Soros o Bill Gates hacen de ellos.

Por ejemplo: no habría, primero, una historia de lucha y de producción teórica contra el racismo y, luego, una manifestación de apoyo explícito al movimiento Black Lives Matter por parte, por ejemplo, de Starbucks. No. Por cómo está presentado en este libro, el antirracismo sería un invento de los organismos internacionales y/o las multinacionales friendly.

En su, como mínimo, sesgada lectura de la historia, Laje presenta al movimiento de mujeres, al antirracismo, a la historia del activismo LGBTI como efectos de políticas corporativas, campañas de marketing relacionados con esos temas. Y no al revés. Cuando toda una biblioteca con origen en el siglo XIX da cuenta de lo contrario...

En el último capítulo, La hora de los patriotas, Laje concluye con un llamado a la resistencia, enfatizando la importancia de instituciones tradicionales como la familia y la Iglesia. Acá es donde el sentimiento antiglobalista encuentra su mayor fundamentación: porque el objetivo de la gobernanza global sería antinatalista.

Dice Laje: “Disminuir la natalidad se presenta entonces como una prioridad para los globalistas, una verdadera obsesión, cuyos caballos de Troya se llaman aborto e ideología de género”.

Por eso es tan usual escuchar a referentes de ultraderecha decir que detrás del derecho al aborto o del matrimonio igualitario hay una supuesta conspiración global, encabezada por entidades que van de George Soros al Foro de Davos, cuyo objetivo es la reducción de la natalidad, con un brumoso objetivo biopolítico —la referencia a Foucault es constante— de control social.

De ahí que Laje interpela “a las familias y a las iglesias a articular con los partidos políticos patriotas del mundo, a los que caracterizo también como ‘Nueva Derecha’”.

Hay, por último, un motivo más para leer Globalismo, además de entender cómo piensa uno de los principales ideólogos de las ultraderechas latinoamericanas, que no se desprende tan directamente de sus contenidos.

Quizás, para quienes podrían llegar a acercarse a este libro desde “otra biblioteca”, esta sea una oportunidad para el autoanálisis de un progresismo que optó por librar sus luchas principalmente en el terrenos parciales, sin lograr traducirlas en propuestas que mejoraran radicalmente la vida de las mayorías; que permaneció instalado en límites o zonas de confort y, en muchos casos, llegó incluso a jactarse de una supuesta superioridad moral que, al examinarse con atención, resultó no ir mucho más allá de la superficie y el plano de la declaración.

La invitación que plantea Laje —voluntaria o involuntariamente, no importa— sirve para repensar algunos puntos ciegos de los proyectos populares. En menos palabras: una oportunidad para volver, con paciencia, tripas-corazón y honestidad intelectual, al famoso: ¿y por casa?

Con información de Página 12

Globalismo Agustín Laje
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