Seguro que en más de una ocasión habrá estado en una conversación en la que una sola persona llevaba la voz cantante y que apenas dejaba hablar a los demás. Esto no tiene por qué ser un signo de egocentrismo, porque la persona puede estar hablando de cosas que no tienen que ver con su persona, pero es cierto que estar en frente de alguien así nos pone en alerta y que, a lo mejor, debemos huir. Como explica a CuídatePlus Olga Albaladejo, psicóloga experta en bienestar y salud integrativa, “el egocentrismo es una forma de interpretar la realidad desde un eje centrado casi exclusivamente en uno mismo”.
La persona egocéntrica “tiende a ver el mundo a través de sus propios intereses, necesidades y emociones, sin tener en cuenta o sin dar importancia a los puntos de vista, deseos o sentimientos de los demás”, describe.
Aunque esta forma de ser, según la experta, “no implica necesariamente maldad, sí indica una mirada limitante hacia el otro, como si solo existiera lo que pasa dentro de su propio universo emocional o racional”.
El egocentrismo, detalla, “puede estar presente en ciertos trastornos de personalidad como el narcisismo; sin embargo, no está considerado un trastorno mental por sí solo y no aparece como diagnóstico en el manual DSM-5”. Es más bien “un rasgo psicológico que puede ser transitorio o estar influido por el entorno, y que solo se convierte en disfuncional si limita seriamente la capacidad de la persona para relacionarse de manera sana y empática”.
Los egocéntricos, ¿nacen o se hacen?
A la pregunta de si un egocéntrico nace o se hace, la respuesta es depende. “El egocentrismo puede tener una base temperamental, como la inseguridad o la baja tolerancia a la frustración, pero también es el resultado de la educación, las experiencias tempranas o incluso modelos sociales centrados en la imagen y el rendimiento individual”.
Muchas personas egocéntricas lo son “por haber crecido en entornos donde sus necesidades emocionales no fueron bien atendidas, por lo que aprendieron a priorizarse como forma de supervivencia”, informa la psicóloga.
Desde el punto de vista evolutivo, el egocentrismo forma parte del desarrollo normal en la infancia. Según Piaget, en la etapa preoperacional (entre los 2 y 7 años), los niños presentan un pensamiento egocéntrico porque aún no han desarrollado por completo la capacidad de ponerse en el lugar del otro. “El problema surge cuando ese patrón no se transforma en la vida adulta”, indica la experta.
Por otra parte, hay otros factores externos que pueden influir. “Varios estudios vinculan el uso intensivo de redes sociales con comportamientos egocéntricos, como el exceso de autorreferencias, la necesidad de validación externa o la sobreexposición de la vida personal”, señala. Investigaciones como las de Buffardi y Campbell (2008), Halpern et al. (2016) o Andreassen et al. (2017) “sugieren que un uso centrado en la imagen personal en plataformas como Instagram o Facebook puede correlacionar con mayores niveles de narcisismo y actitudes egocéntricas en población general". Estos estudios no solo muestran una correlación, sino que abren una reflexión sobre el impacto de los entornos digitales en la construcción de la identidad y la forma de vincularnos con los demás”, explica la psicóloga.
Ahora bien, es importante distinguir entre el egocentrismo disfuncional y un sano egoísmo. Y es que, informa Albaladejo, “ser egoísta sanamente significa aprender a ponerse primero sin pasar por encima de nadie, implica saber decir "no" cuando algo no te hace bien, cuidarte sin culpa y establecer límites claros". Es, en realidad, una forma de autoestima que permite estar mejor contigo mismo para estar mejor con los demás”.
Cultivar ese sano egoísmo es “clave para evitar el egocentrismo dañino y construir vínculos más conscientes y recíprocos”.
Cómo reconocer a un egocéntrico.
A la hora de describir la personalidad de las personas egocéntricas, lo primero que hay que saber es que “suelen mostrar una necesidad constante de atención y reconocimiento”; además, “muestran dificultad para empatizar con los demás, tendencia a interrumpir, monopolizar conversaciones o redirigirlas hacia sí mismas”.
Por otra parte, estas personas “pueden reaccionar con frustración si no reciben la validación que esperan y les cuesta aceptar críticas”.
A menudo “sobrevalora su opinión, minimiza la de otros o la ignora por completo”. Lo que sí es cierto es que “no siempre lo hace con intención negativa, ya que a veces simplemente no registra emocionalmente al otro”.
Las señales que deben ponernos en alerta de una persona egocéntrica no siempre son visibles a primera vista y a veces requieren de una observación que va más allá de lo evidente. “El egocentrismo no siempre es llamativo o ruidoso; también puede expresarse de forma sutil: personas que siempre llevan la conversación hacia su experiencia, que hablan mucho de 'yo' pero poco de 'nosotros', o que solo se interesan por los demás cuando eso refuerza su imagen”.
En general, eso sí, “suelen establecer relaciones en las que buscan admiración más que conexión”.
Desde fuera, podrían parecer:
Personas seguras, dominantes o incluso encantadoras.
Destacar por una presencia que reclama atención, una necesidad de ser escuchadas o validadas constantemente y una dificultad evidente para ceder espacio al otro.
En contextos de grupo, pueden sentirse incómodas si no son el centro o si no lideran.
Cuando se sienten ignoradas o desplazadas, pueden mostrar irritabilidad, ironía o retraimiento.
¿Es posible hacerles cambiar?
Sí, es posible cambiar a este tipo de persona “siempre que haya un proceso de conciencia”. El egocentrismo “no es un rasgo fijo; puede modificarse a través del autoconocimiento y la apertura hacia el otro”, explica.
“Escuchar activamente, practicar la empatía, cuestionarse el impacto que se tiene en los demás y trabajar el desarrollo emocional ayudan a generar relaciones más equilibradas”.
Por otro lado, añade: “La terapia, el feedback honesto y la exposición a experiencias diversas pueden abrir puertas hacia un cambio real y sostenido”.
Y, aunque no siempre es fácil, “todas las personas pueden cambiar”. Eso sí, “el cambio requiere una toma de decisión consciente, constancia en esa decisión y su puesta en acción”. En todo este proceso, “ayuda contar con un psicólogo o coach que nos oriente y acompañe en ese proceso, y mucha paciencia para asumir errores y seguir avanzando”.
Fuente: Cuidate