Con una inflación interanual de tres dígitos, la economía argentina parece haber encontrado un nuevo pasatiempo: el juego del escondite entre el salario mínimo y la realidad. Este jueves, los principales gremios y representantes de cámaras empresarias se reunirán por tercera vez este año en el Consejo del Salario Mínimo del 2024, para decidir si el salario mínimo, actualmente en 234.215 pesos, recibirá la actualización que tanto necesita desde mayo.
Recordemos que, bajo el sabio liderazgo de Javier Milei, el poder de compra del salario mínimo ha caído un 32,1%. ¡Un logro impresionante si consideramos que desde el 2015 la pérdida acumulada alcanza el 43 por ciento! Si quisiéramos devolverle su valor original, deberíamos fijar el salario mínimo en unos modestos 540.000 pesos. Pero, ¿quién necesita un salario digno cuando podemos vivir del aire?
Desde que Milei asumió, ya hemos tenido dos emocionantes reuniones del Consejo Nacional del Empleo, la Productividad y el Salario Mínimo, Vital y Móvil en febrero y mayo. En ambas, la Secretaría de Trabajo tuvo la gentileza de determinar incrementos que sumaron un 60,5 por ciento respecto de noviembre de 2023, con una inflación se proyecta en superar el 136%.
"Así se consumó la pérdida real de prácticamente un tercio en el salario mínimo", asegura Mariana González, investigadora y coordinadora del Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (CIFRA-CTA).
Esta tendencia no es nueva. Desde 2018, hemos visto una reducción anual del salario mínimo superior al 10 por ciento en varios años. En julio de 2024, el salario mínimo real se ubica 43% por debajo del nivel de noviembre de 2019 y 56,4% por debajo del de noviembre de 2015. A este ritmo, pronto podríamos llegar al punto donde trabajar sea más costoso que no hacerlo.
Comparando el salario mínimo con las líneas de pobreza e indigencia, encontramos que en julio solo sería suficiente para comprar el 56,8% de la canasta básica de alimentos y un 25,6% de la canasta de pobreza. Casi como en la crisis de 2001/2002.
Estos valores se ven reflejados en la caída del consumo de carne, por ejemplo, que es el peor registro del siglo.
El salario mínimo, formalmente, debería asegurar una "alimentación adecuada, vivienda digna, educación, vestuario, asistencia sanitaria, transporte, recreación y vacaciones". Sin embargo, parece que ha decidido tomarse unas vacaciones permanentes de esas responsabilidades. Durante los años 90, se estableció en 200 pesos, apenas el 25% del promedio salarial. Pero en 2004, Néstor Kirchner decidió usarlo como herramienta para impulsar la negociación salarial, llevándolo al 40-45% del promedio.
Hoy, el salario mínimo es inferior incluso al de los años 90. Su impacto directo en trabajadores registrados es nulo, pues los salarios básicos de cada convenio superan esta cifra. Para las trabajadoras de casas particulares, el SMVM es casi un chiste, pues su estatuto no les permite usarlo como garantía al negociar. Sin embargo, para los asalariados no registrados, establece un piso de remuneraciones.
La reunión del Consejo del Salario Mínimo es más compleja que una paritaria normal, con 32 miembros y la intervención estatal en caso de desacuerdo. Quienes a las 14.30 confirmarán en cuanto será el nuevo salario argentino.
En fin, mientras esperamos el desenlace de esta reunión, podemos seguir disfrutando del espectáculo de cómo el salario mínimo juega a las escondidas con la realidad. Y quién sabe, quizás algún día, el salario mínimo deje de ser solo una cifra en papel y se convierta en una verdadera herramienta de justicia social.
