
*Por Pablo Tigani
Entender la economía argentina actual requiere más que leer cifras, fundamentals o comunicados del FMI. Requiere saber leer entre líneas. La semántica del poder financiero está cargada de matices que, cuando se interpretan con precisión, revelan un escenario completamente distinto al que vende el gobierno en su discurso público. No se trata solo de tecnicismos; se trata de una operación política, económica y mediática diseñada para ganar tiempo -y dólares- al costo que sea.
Luis Caputo, el mismo que protagonizó el colapso del dólar y la “fuga de capitales” bajo la administración Macri, ha regresado con un único objetivo: sostener una arquitectura de especulación financiera donde el “carry trade” no es una consecuencia colateral del modelo, sino su corazón. Esta arquitectura, maquillada bajo la retórica de la “confianza de los mercados” y el “apoyo internacional”, se construye día a día sobre dos pilares: la manipulación del tipo de cambio y el endeudamiento externo con el Fondo Monetario Internacional.
El gobierno insiste en hablar de “monitoreo” del acuerdo con el FMI, cuando el organismo ya utiliza abiertamente el término “calibración”. Y no es un tecnicismo más. “Calibrar” significa que la Argentina no cumplió con un objetivo crucial, no acumuló reservas genuinas desde los anuncios grandilocuentes de hace dos viernes, no estabilizó la inflación, y mucho menos construyó confianza. En diez días, no ingresó la esperada abundancia de dólares de exportación. A cambio, lo que sí entró fue presión externa, inspecciones incómodas desde Washington-no visitas y fotos de apoyo “pour la galerie”- y, llamados de atención cada vez menos diplomáticos puertas adentro.
Lo más grave, sin embargo, es que buena parte del electorado -incluso en círculos financieros sofisticados- sigue creyendo en el relato libertario como si se tratara de una tabla de salvación. Pero detrás de las frases de manual y los slogans de redes sociales, lo que se está gestando es una repetición milimétrica de errores que ya conocemos. La diferencia es que esta vez, los protagonistas no son novatos. Son reincidentes.
Argentina atraviesa una fase crítica, no por los desafíos económicos en sí -que son bien conocidos y estructurales-, sino por la manipulación sistemática del relato oficial que intenta encubrir, bajo un barniz de tecnicismo libertario, un programa de ingeniería financiera orientado exclusivamente al “carry trade”, mientras se ahoga al aparato productivo nacional. El lenguaje técnico que rodea las interacciones con el FMI, lejos de ser inocente, debe ser leído con precisión quirúrgica. Allí se encuentra la verdad que el gobierno busca encubrir.
Cuando el ministro Luis Caputo declaró públicamente que la reciente reunión con el Fondo Monetario Internacional había sido para “monitorear” el programa, omitió deliberadamente una palabra clave utilizada por el organismo: “calibrar”. En la jerga del FMI, calibrar implica un llamado de atención, un redireccionamiento obligado. Significa, ni más ni menos, que en los primeros días la Argentina no ha cumplido con la meta más básica del programa: la acumulación de reservas genuinas vía exportaciones. No se trata de pedir más dólares prestados o triangulados desde los fondos amigos, sino de divisas reales, derivadas del comercio exterior, que el país no consigue generar por la desconfianza y el sabotaje deliberado al sector agroexportador.
La oferta de compra de 500 millones de dólares a $999, orquestada por Caputo y difundida por Milei-para la foto- bajo la amenaza de subir retenciones-al final de la pausa-si el campo no liquidaba, no fue un acto de política económica. Fue un gesto de “disciplinamiento”, casi vengativo, que buscó doblegar a un sector que históricamente representa la principal fuente de divisas genuinas. Pero el tiro salió por la culata; el campo rechazó la oferta, el FMI intimó al gobierno y, en 48 horas, volvió el tipo de cambio a $1.200. Esa brusquedad no fue un “error de cálculo”, sino un intento previo de manipulación que el mercado internacional y el FMI percibieron con extrema preocupación.
El riesgo país no baja de los 700 puntos (en rigor 713), a pesar del brutal ajuste interno y la licuación de activos en pesos. - ¿Por qué? - Porque los actores internacionales con los que dialogamos cotidianamente no le creen a Caputo. Y no son juicios personales, sino la consecuencia de una trayectoria que combina improvisación, opacidad y dependencia extrema del endeudamiento.
La supuesta “confianza” del FMI, tan citada por el gobierno, es una construcción mediática. En la práctica, Caputo está bajo supervisión directa. Al ministro lo controlan como si fuera un adolescente con tarjeta de crédito ajena. No suma apoyos, suma tutelajes: Kristalina Georgieva, Gita Gopinath y hasta el Secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent; todos están mirando con lupa cada movimiento del ministro. Washington está incómodo. No tanto por la inconsistencia macroeconómica del modelo argentino, sino por la sobre actuación geopolítica que hace el gobierno de Milei, relatando antagonizar con China y el bloque BRICS, cuando en realidad no tiene la capacidad real de respuesta económica para romper esas relaciones. Prueba incuestionable fue la renovación del swap con China, luego que se le había pedido que termine la relación.
En materia de deuda, el panorama es alarmante. La relación de deuda/PBI es la más alta de la historia. En julio vencen 4.500 millones de dólares. El flujo de caja con este tipo de cambio no alcanza y los mercados ya descuentan que se recurrirá a nuevas colocaciones de corto plazo, sin respaldo ni capacidad de repago. En paralelo, el último canje de deuda en pesos dejó sin renovar un 30% del total. La desconfianza local es incluso más elocuente que la externa, los bancos argentinos no quieren quedarse más tiempo con 35% de sus activos en bonos del Tesoro en moneda argentina.
El programa económico actual no busca estabilizar, ni tampoco transformar. Busca ganar tiempo para pagar la fiesta 2024 y hacer otra “bicicleta financiera” más en 2025 con los dólares de “exit” (salida), que beneficia a un círculo muy reducido, alimentado por operaciones offshore, manipulación cambiaria y complicidad política. Se trata de un modelo basado en el arbitraje, no en la inversión productiva. Un modelo que ya fracasó en el pasado, y que hoy repite sus pasos con mayor cinismo y menor transparencia. El nivel de impunidad es descomunal.
Quienes conocemos de cerca las entrañas de Wall Street y transitamos pasillos de Private Equity Funds y Banco Mundial en Washington sabemos cuándo un gobierno está improvisando para ganar tiempo. Argentina no necesita ni un “salvador de mercado” ni un “mesías antisistema”. Necesita políticas coherentes, verdad institucional, y una dirigencia que no subestime la inteligencia ni la memoria de su ciudadanía.
La ingeniería financiera que hoy domina la economía argentina puede durar unos meses más. Quizás, con suerte, incluso hasta las elecciones. El FMI -en un gesto insólito que pocos se atreven a señalar- está financiando abiertamente la campaña de Javier Milei. No lo dicen en esos términos, pero Kristalina Georgieva deja entrever, con cada frase cuidadosamente elegida, que el organismo está dispuesto a tolerar desvíos, abusos y fallas estructurales con tal de mantener el experimento argentino respirando hasta que llegue una eventual validación electoral.
Pero ese camino ya lo recorrimos. Martínez de Hoz también tuvo un tipo de cambio artificial y un esquema basado en la bicicleta financiera. Terminó en colapso, estatización de deuda privada y una década perdida. En 1987, Alfonsín pagó con su salida anticipada la falta de dólares reales. En 2001, con Cavallo y Sturzenegger el desenlace fue trágico y socialmente irreversible. Y en 2018, con Caputo y Sturzenegger como responsables de la política económica, el mismo modelo explotó por el aire en apenas meses.
Hoy, algunos de esos nombres están nuevamente en el centro de la escena, repitiendo las mismas fórmulas, también con los mismos actores detrás del telón. Nada de esto es innovación. Es restauración.
La “bicicleta financiera” no es una política económica, es un timo legal sofisticado. Mientras algunos pocos se enriquecen arbitrando tasas y monedas comprando tiempo, la industria nacional, las pymes, el agro y el empleo formal e informal se desangran. El precio de esta estrategia lo pagaremos todos, como lo pagamos cada vez que el experimento se repite. Solo que esta vez, el engaño se disfraza de “libertad”.
Y cuando el espejismo se disipe, lo que quedará no será una revolución, sino un ajuste eterno sin horizonte. La historia está escrita. Lo que falta definir es quién se atreve a leerla en tiempo real.
*Director de Fundación Esperanza. Profesor de Posgrado en UBA y universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de seis libros.