Un grupo de obispos, pertenecientes a la Comisión de Educación de la Conferencia Episcopal Argentina, emitieron ayer un comunicado a propósito del Día del Maestro que se conmemora hoy.
“Reciban nuestro reconocimiento, por lo que es para ustedes un digno trabajo y una pasión; no desconocemos que muchas veces llevan este arte superior de la enseñanza en medio de pruebas y desafíos, agravados por el contexto social y cultural que todos conocemos. Aún así, pensando en las personas que tienen a su cargo, semana tras semana emprenden la silenciosa tarea de construir la base más sólida y noble de la convivencia nacional. Sepan que no están solos, porque en los lugares más extremos del país existe un ingente número de hombres y mujeres de la educación que comparten este ideal”, introdujeron.
Vale mencionar que el Día del Maestro se celebra -en Argentina- en reconocimiento a Domingo Faustino Sarmiento, intelectual, político y pedagogo argentino que fue presidente entre 1868 y 1874, falleció el 11 de septiembre de 1888.
“En su tiempo, San Pablo, probado también, pero animado por el celo de la evangelización, le escribía a la comunidad dividida de Corinto: ‘Yo planté y Apolo regó, pero el que ha hecho crecer es Dios. No hay ninguna diferencia entre el que planta y el que riega; sin embargo, cada uno recibirá su salario de acuerdo con el trabajo que haya realizado (1Cor 3, 6.8)’”, citaron.
Los obispos invitaron a la comunidad a unirse en oración para “agradecer a Dios por la vida y entrega de don José Manuel Estrada (1842- 1894), educador laico, quien jugó un valiente protagonismo ante lo que se conoció como la Generación del Ochenta, en defensa de la fe y la religión, la libertad, la República y la Constitución”: será el martes 17 de este mes.
El comunicado continuó: “Ciertamente, la educación no es una siembra, pero podemos decir que tienen asombrosas semejanzas, porque ustedes se pasan muchas horas esparciendo semillas de saberes con las ciencias de la pedagogía y la didáctica, respetando las edades y las diversas capacidades intelectuales de niños y niñas, adolescentes y jóvenes. El proceso educativo que tiene tantas bondades, sin embargo, no le permite al educador apreciar frutos inmediatos que solo se dan a largo plazo. Eso es porque los tiempos de la educación son muy diversos a cualquier otra actividad humana, y en este sentido debemos aprender de la paciencia del agricultor. No obstante, todos reconocemos que su proyección es inimaginable en la construcción de una sociedad más justa y fraterna”.
Y por último, postula: “Pero no podemos omitir una realidad que nos humilla a todos, a la vez que nos interpela. Enseñar en algunos ambientes con índices extremos de pobreza infantil hace pesar sobre la escuela un desafío muy grande. Aun así, el papa Francisco nos dice: ‘Educar es un acto de esperanza’. Sí, educamos en esperanza, porque privarlos de este derecho humano fundamental sería dejarlos librados a la indigencia más humillante, sin posibilidad de una vida digna, sin medios de saber, de pensar, de trascender y aun de conocer y amar a Dios, ‘fuente de toda razón y justicia’. El compromiso con esta realidad define al docente como el agente social más solidario al lado de las familias más vulnerables. La Iglesia cuenta con ustedes porque forman parte de su misión evangelizadora”.