“Somos una especie en viaje, no tenemos pertenencias sino equipajes. Nunca estamos quietos, somos trashumantes, somos padres, hijos, nietos y bisnietos de inmigrantes. Yo no soy de aquí, pero tú tampoco. De ningún lado del todo, de todos lados un poco”, resume el uruguayo Jorge Drexler y se aventura a enrostrarnos que somos libres, entre otras cosas para exaltar nuestras banderas, el lugar donde nacimos, la tierra de nuestros mayores, pero también para partir sin dejar deudas pendientes. ¿El mundo nos pertenece?, sin lugar a dudas, entonces porque no franquear todos los límites y fronteras.
Ya por prejuicios sociales o por intereses coyunturales de algunas facciones políticas, cuando no ideológicas o clasistas, el peregrinar de argentinos por el mundo no siempre es bien considerado. Expresiones tales como: La única salida que tiene este país está en Ezeiza o por pseudos y plañires sentimientos que lamentan la fuga de cerebros, pasando por la dura descalificación de, “desagradecidos”, por abandonar el país después de todo lo que recibieron, quienes se aventuran a dejar La Argentina suelen ser cuestionados, sospechados y hasta denostados. El escritor Fernando Nahuel Gómez, en su segundo libro enfrenta etas suspicacias y recelos y sentencia: Nadie migra para ser menos feliz.
Así este título es también la hipótesis de la que parte esta obra, que fue presentado el pasado sábado 18 de mayo en la Casa de Bicentenario en el Parque Aguirre. A partir de la experiencia de algunos argentinos por el mundo, advierte que la migración -en estos casos- parece inspirarse más en la autorrealización personal y profesional y menos en la supervivencia a diferencia de otras experiencias como las de Haití o Venezuela.
En este ensayo, la migración está abordada desde la economía a partir de la entrevista con Emiliano Parodi, quien estuvo trabajando y viviendo en Corea del Sur. También desde la psicología, a través de la charla con Flor Rodríguez, comunicadora de salud mental en Instagram. Con la coach de artistas Ana Barrera, entre otros. Con especial énfasis refleja las conversaciones con argentinos que trabajan en el exterior. Sobresalen el embajador Eduardo Zuain, el escritor Hernán Casciari, la internacionalista Carolina Peccin, radicada en Vietnam y la jugadora de hockey de la Real Sociedad de Barcelona Sofía Darnay.
Los entrevistados son personalidades que no deben estar ausentes en nuestras agendas, por sus experiencias y logros, pero lo temas que se abordan son igualmente relevantes: los argentinos en el exterior; economía naranja; propiedad inmaterial de los pueblos; inspiración, migración y city branding, “poniendo especial atención a la visión que las personas tienen del lugar en el que nacieron y se criaron y como se contrasta eso con la forma en la que construyen el prisma de la lente a través del cual comprenderán a su nuevo lugar”.
“Son cuatro los entrevistados santiagueños, todos con distintas carreras, profesiones y visiones, de los que se nutre un posible análisis sobre cuál es la experticia de una ciudad, de una provincia, de ser plausible de aplicarse esa figura y cómo puede alimentarse un gobierno local de esa construcción social que es la identidad”, señala el autor.
Fernando Nahuel Gómez, de oficio escritor es licenciado en relaciones internacionales. Comenzó a escribir al amparo de las renombras jornadas de la cátedra libre de arte y política, que Etino Farías lleva adelante en los claustros de la Universidad Católica de Santiago del Estero. Trabajo a lo largo de dos años en la factura de este libro. El primero lo dedicó a la investigación, a los reportajes.
Su historia personal obviamente marca su obra. Sus padres migraron en 1983 desde Santiago del Estero hacia Tierra del Fuego -Río Grande- y forjaron sus vidas en lo más austral del país. Allí se afincaron tras la Guerra del Atlántico Sur. Al completar sus años d actividad laboral, el retiro los trajo de vuelta al pago que los vio nacer. Recordó que sus progenitores más allá de las distancias, conservaron su acento al hablar y sus costumbres bien santiagueñas. Fernando conoció el terruño paterno recién a los 13 años: “me sabía unas cuantas chacareras y tenía gustos arraigados, mis padres nunca se distanciaron del acervo de su lugar de origen”. Para el autor esa aproximación con lo propio debe haber estado presente en todos los que migraron a la Patagonia. Para el escritor cada santiagueño que viajo al sur, “lo hicieron buscando un futuro mejor”.
Sobre el final, nos deja una idea: “Los argentinos no nos tenemos que ir para sobrevivir. Quizás encontramos en el irnos y en el volver, una felicidad que no habíamos conocido aún”.