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Especiales Por el Padre (OP) “Tino” Ferrari

Una mujer de fe, una peregrina de la esperanza

El sacerdote pondera desde una visión histórico cristiana la figura de María Antonia de San José y su significado como mujer

de fe, luchadora, peregrina y madre.

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“Tino” Ferrari, sacerdote en opción por los pobres

Han pasado casi 225 años desde la muerte de María Antonia de Paz y Figueroa para que la Iglesia reconozca oficialmente su santidad.

Sin embargo, la santidad de esta mujer fue reconocida por el pueblo santiagueño a lo largo de todos estos años coronándola con el más bello título que le pudo dar: “la Mama Antula”, expresión de confianza con la que los niños todavía llaman a sus madres seguido por un cariñoso sobrenombre en quichua. Muchas personas han peregrinado a su Silípica natal para pedir su intercesión, para mostrar su amor popular y pedir las gracias que da encontrarse en una tierra santa. La Mama Antula puede ser descripta con muchas afirmaciones, pero yo elijo tres: Una mujer de fe, una peregrina de la esperanza, una madre que guía con amor.

Mujer de fe

La Mama Antula fue una mujer de fe, ya desde muy joven se consagró a Dios en la ciudad de Santiago del Estero. Con sólo quince años ya hizo votos religiosos y, como las mujeres de su época, se consagró a la oración el apostolado. Pero ya a los treinta años comienza a compartir la vida y la tarea con un grupo de jóvenes mujeres, viviendo la espiritualidad ignaciana de la mano de los padres jesuitas, con quienes vivió los ejercicios espirituales de San Ignacio.

 

Una luchadora

Pero es, precisamente, cuando esta orden es expulsada de las tierras gobernadas por los reyes de España que ella asumió un papel fundamental: comenzó a organizar o coordinar los Ejercicios espirituales en todo el noroeste del país con la ayuda del mercedario fray Diego Toro. Mientras tanto, continuó su comunicación con los jesuitas y sus cartas fueron traducidas a varios idiomas para alentar a los miembros de la orden que pasaban por un tiempo de dolor y rechazo. Cuando llegó a Buenos Aires, hacia 1780, tuvo que esperar varios meses para recibir la autorización del obispo porteño para dar inicio a las tandas de Ejercicios. Pero su mayor opositor fue el virrey que se oponía a todo lo que tuviera que ver con la orden expulsada.

María Antonia supo enfrentar con fe todas las dificultades que encontrara en su tarea evangelizadora, una comunidad de mujeres no siempre fue bien vista, la expulsión de sus amigos, los padres jesuitas, la tarea de organizar las tandas de Ejercicios y los largos viajes a pie para enfrentar también el rechazo de las autoridades políticas y religiosas de Buenos Aires. Con fe se abrazó a la cruz y animó a sus compañeras y amigas a sostener la tarea evangelizadora. Pero tal vez, lo más valiosos sea que con fe supo sostener la enorme riqueza de los Ejercicios Ignacianos de los que años más tarde se nutriría nuestro santo cura Brochero y la una muchedumbre de hombres y mujeres de fe.

Una peregrina

La Mama Antula fue una peregrina que sembró los Ejercicios en su camino. Comenzó por su tierra santiagueña, pero pronto salió “a predicar en las poblaciones vecinas” (cfr. Mc 1,38) y reprodujo la siembra en las cercanas provincias del noroeste argentino, continuando luego en Córdoba (donde utilizó la iglesia de la manzana jesuítica), para llegar, por fin, a Buenos Aires. En su camino se encargó de proponer y alentar la práctica de los Ejercicios ignacianos, y cubría los gastos con el producto de su herencia o de las limosnas que pedía. Las tandas de Ejercicios se realizaban no solamente entre los sectores acomodados de la colonia sino también entre vecinos de las ciudades y pueblos, o campesinos que ella invitaba a participar. En esos encuentros se proponía profundizar en la fe en el Dios de la Vida y conocer las tendencias humanas que tantas veces nos tironean internamente. Por eso podemos decir que, tal vez, la mayor peregrinación fue la que realizó primero al interior de su propio corazón, y luego, al interior del corazón del pueblo santiagueño. Fue una mujer que supo recorrer el camino que Dios le propuso para discernir lo que se le pedía en ese momento de su vida, los ejercicios le mostraron el rumbo que debía tomar y la manera de hacerlo. Y, desde entonces, también es peregrina en el corazón su pueblo que más de dos siglos después se sabe invitado a encontrarse con Dios en lo profundo de su ser y su cultura.

Mama Antula, una madre

En este sentido, la Mama Antula ha sido y es maestra, pero sobre todo una madre que con amor ha cuidado, cuida y guía a sus hijos e hijas. El amor de madre que la hizo preocuparse y ocuparse por la vida y la fe de todos. Supo alentar la formación de “las beatas”, esa comunidad de sus hijas y amigas que dejó en manos de su compañera Margarita Melgarejo. Ellas están presentes en el santuario de San Cayetano, en el barrio porteño de Liniers, que recibe el clamor popular por pan, paz y trabajo. En Buenos Aires, también, proyectó y consiguió la construcción de la Santa Casa de Ejercicios, que aún hoy es utilizada para recibir a mucho ejercitantes que buscan aprender de la Mama cómo escuchar la Voz que habita en el interior de cada ser humano y que nos muestra el camino, la verdad y la vida (Jn. 14,6).

En estos días estaremos celebrando a María Antonia, será la santa canonizada más antigua nacida en lo que hoy es el territorio argentino. Y con ella celebramos el paso de Dios por nuestra Patria, que nos sigue regalando la fe, nos sigue invitando a peregrinar a nuestro interior para encontrarnos y encontrarlo, que, no cabe duda, nos ha dado una madre que nos guía, la Mama Antula.

Mama Antula Canonización
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