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Opinión

Rescatar la convivencia constructiva

Las masas contra la oligarquía portuaria, federales contra unitarios, montoneras contra tropas regulares; esa fue la historia de los años que corrieron desde mayo de 1810. Y siempre que se proclamó la unidad, en los hechos resultaba inalcanzable.

El presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, monseñor José María Arancedo, refiriéndose al clima electoral de cara a las legislativas nacionales del próximo 22 de octubre, reclamó “no quedarse en la chicana política” que alimenta “la polarización y la grieta, que dejan heridas difíciles de cerrar”.

 

La lectura de la historia política nacional pone de relieve la extrema inestabilidad a la que ha conducido el enfrentamiento entre los argentinos. Las masas contra la oligarquía portuaria, federales contra unitarios, montoneras contra tropas regulares; esa fue la historia de los años que corrieron desde mayo de 1810. Y siempre que se proclamó la unidad, en los hechos resultaba inalcanzable.

 

Así llegamos a nuestros días, donde la democracia no deja de tener sus enfrentamientos.

 

En este sentido, cuando los residuos de la disconformidad aumentan en número y en importancia el sector político tiende a  endurecerse en la medida que se ve acosado, atacado, y la capacidad de diálogo se cierra o sólo se limita a diálogos formales, las tensiones persisten y se profundizan y el sistema parece fracasar en lo mejor que se espera de él: la convivencia y el respeto por la libertad y los derechos del pueblo.

 

En este sentido, la historia nos dice que cada vez que las antinomias se profundizaron sin encontrar puntos neutros para intentar el diálogo y la búsqueda de soluciones, sólo se logró demorar el avance del país al ritmo que exige la dinámica del desarrollo.

 

Por eso, más allá del triunfo o del fracaso de unos y de otros después de un resultado electoral, el principal valor a rescatar debería ser la convivencia constructiva de los argentinos.

 

Pero si algunos o muchos miran con anteojeras, sin tener en cuenta con preocupación lo que ocurre alrededor, esa porfía puede convertirse en su propio contrario. Nadie puede evitar que existan miopes y soberbios en política, que no atinen a cambiar el rumbo equivocado que lleva a los enfrentamientos y a la falta de predisposición y sensibilidad para para encontrar soluciones a los problemas sociales –encerrándose en sus propios intereses personales y sectarios, y que no hayan aprendido las lecciones de la historia con los costos políticos que llevan al fracaso; pero sí se debe cumplir con el deber de advertirles con franqueza que algunas actitudes crean desconfianza y son contraproducentes para la buena salud de la democracia y de la sobrevivencia política.

 

Los gobernantes y los políticos deben tener presente que la democracia que ambicionan los argentinos es aquella que los libere de sectarismos, para practicar la política en serio.

 

 

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