
Las dos figuras protagonistas del triunfo en las últimas elecciones parecen una pareja de náufragos en playa incierta. El presidente agotó su jocunda ante los desastres callejeros y la evidente incapacidad (tan anunciada) de su malón de economistas vacilantes. La senadora tampoco tiene idea adónde ir y si podrá retener sus millones (de votos). Intuye seguramente que sus años dorados podrían ser irrepetibles. En suma, ni uno ni otra pueden fingir lo que se llamaba “la farsa de la felicidad”.
Macri merece un 5 por este primer bienio. Aportó buen talante y voluntad de superar la política infame. Hubo ingenuidad. Consideremos que pasó a la Nación con la alegría de la muchachada del Kindergarten intendencial, al que se agregaron los jóvenes tiburones del Newman. El capital supermercadil le dio la primera puñalada por la espalda un mes antes de la asunción al cargo.
Le ganaron la espalda los especuladores del dólar futuro y, luego, el capitalismo argentino no se comprometió con sacrificar ni inventiva ni para crear trabajo: se mantuvo la legión de 15 millones de pobres e indigentes. La clase media, que creyó, ya abandona la ilusión del cambio. Los sindicatos apenas sostienen la furia de las bases. No se venció la batalla de la droga, ni de la pobreza cero, ni de la criminalidad, ni la de un Poder Judicial que usa el proceso como condena hasta el colmo de haber demolido los principios básicos del Derecho Penal (como en el caso de los militares del 70 aprisionados, sin defensa, sean inocentes o culpables).
Pero, sobre todo, hoy falta realismo para comprender que con un país mayoritario en la protesta, en la indigencia o en la desilusión, sin Ejército ni Policía, es imposible pensar que haya voluntad internacional inversionista. Los extranjeros nos saludaron cordialmente y saludaron con afecto a nuestra canciller y retornaron a la dura realidad del mundo que nosotros parecemos desconocer.
El presidente está hoy ante esa realidad que solía recordar Heidegger: “Allí donde nace el peligro, crece lo que salva”. Y lo que nos puede salvar de nuestra clamorosa ineptitud política es un cambio profundo de nuestro sistema de desunión patológica ante el objetivo fundamental que es la salud de la Nación Argentina.
El presidente deberá con fuerza y plenitud, sin determinaciones sectoriales o minoritarias, su cualidad de “Jefe Supremo de la Nación”, ser responsable político de la administración general del país (como establece la Constitución).
Urge un cambio aperturista del estilo de gobierno. La Iglesia y todos los credos, industriales, productores, profesionales, sindicatos, sectores académicos, partidos políticos sin exclusión de alguno: centristas, radicales, peronistas, kirchneristas, socialistas, fuerzas de izquierda.
Si el presidente Macri rompe el cerco que nos destruye desde hace mucho, podría conseguir ese “10 felicitado” que entonces merecería.