La Argentina fracasa porque no puede definir su destino. Porque se insiste en un modelo de país con una minoría de multimillonarios y una gran mayoría de pobres. Tal modelo vigente en algunos países latinoamericanos, africanos y asiáticos, además de injusto, es impracticable entre nosotros. Así lo demuestra la experiencia histórica. No es posible después de la Semana Trágica, los sucesos de la Patagonia, La Forestal del Chaco, la epopeya del 17 de octubre de 1945, La Falda, Huerta Grande, la CGT de los Argentinos, los 26 puntos de la CGT, por citar tan sólo algunos hitos de la lucha obrera del último siglo. Choca con la concepción cristiana de vida y así lo afirma nuestra Santa Madre Iglesia.
Dice el papa Francisco en EG Nº 183 que, “si bien ‘el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política’, la Iglesia ‘no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia’” (Benedicto XVI, Carta 25/12/2005, nota 14 Nº 183 EG).
La insensata pretensión de programar “un milagro argentino” basado en las leyes del libre mercado, la deuda externa, la aceptación de las reglas de las metrópolis y grupos financieros colisiona con nuestra historia y con nuestra cultura. Frente a esa realidad los relatos de todos los economistas liberales como los del barón de Münchhausen, que decía haber salido de un pozo pestilente a donde había caído tirando de su propia coleta, son solo delirios. O los modelos económicos y culturales buscan la integración o chocan.
¿Qué podemos esperar?
La esperanza no es, ante todo, el mero deseo de “una sociedad más justa”, tampoco el optimismo del “derrame de la riqueza que beneficiará a todos”, ni el mero derroche de vitalidad. Si de la esperanza se distinguen el deseo, el optimismo y la vitalidad, deviene una espera desesperada y esta es causante del caos social.
En circunstancias como las actuales, la historia nos enseña que en la vida personal y social de los argentinos estos no se resignan a una espera desesperada, en cambio se hace más patente el sentimiento de vivir en riesgo y de ponerse a prueba. “Vita probatio est”.
¿Qué puede hacer el pueblo trabajador frente al riesgo y la prueba?
Dos reacciones son posibles: la retracción y la creación.
En el caso del movimiento obrero, por experiencia histórica, asume el desafío cuando están en juego los intereses y la amistad social de los trabajadores y entabla el camino de la esperanza en un proceso transformador de lucha y de negociación según las circunstancias.
El trabajador argentino de la última mitad del siglo XX vivió cristianamente su dimensión histórica no sin excepciones.
Por lo general ha comprendido en profundidad su circunstancia y sus deberes gremiales y nacionales. La “unidad del movimiento obrero” siempre difícil fue el ejemplo. Un largo período de atomización vivida en los primeros cuarenta años del siglo pasado, salvo efímeros intentos de unidad como la CGT de 1930, fue sucedido por largos períodos de unidad con a lo sumo la coexistencia de 2 o 3 centrales sindicales.
Los trabajadores y la esperanza
El principio que luego enuncia el joven jesuita Bergoglio en los años 70 según el cual “la unidad es superior al conflicto” fue aplicado décadas antes a partir de 1946 por los trabajadores. Desde la metodología lo recoge y explica. No desconocer el conflicto: vivirlo, sufrirlo y superarlo pero haciendo prevalecer la unidad. En especial prevaleció la unidad cuando la división entre los gremios mantuvo enfrentamientos con los sectores dominantes o de gobierno donde lo que se debatía era su propia existencia organizacional y el modelo nacional.
Allí donde el resultado del proceso transformador de la adversidad se puso en juego asumió —con esperanza— la prueba, forjó la unidad y luchó. Por otra parte el movimiento obrero argentino sostuvo siempre su originalidad —en especial a partir del 17 de octubre de 1945— afirmando una conciencia profundamente cristiana. Donde el objeto de la esperanza, no estuvo cifrado solo en las reivindicaciones sociales (dimensión reivindicativa) sino también y al mismo tiempo en el destino total del pueblo-nación (dimensión política) y en especial en su defensa de los pobres (respecto de quienes la Iglesia hace una opción preferencial que parte de las enseñanzas de Jesucristo).
Por último el dirigente y el trabajador argentino cristiano creador y esperanzado confía en la creatividad de Dios que activamente está en el fondo mismo de lo real. Como ha dicho San Agustín “la zona de la esperanza es también la zona de la plegaria”. A propósito de ello según el Papa y los obispos latinoamericanos hay dos modelos sociales y culturales antagónicos: el de la cultura autorreferencial o de la muerte y la cultura del encuentro o de la vida (afirmación reiterada en Evangelii Gaudium, Laudato si y numerosos documentos pontificios). La cultura del encuentro es la cultura de la esperanza. El movimiento obrero es el ejemplo de la cultura del encuentro y de la esperanza.