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Opinión La mera crítica como reproche se basa en un postulado que parece erróneo

Los obispos deberían elevar su reclamo por los impuestos

Antonio I. Margariti,

Economía para Todos

No hay mejor señal del fracaso de nuestra dirigencia política que ésta autorizada y penosa fuente estadística. De la cual surgen tres observaciones: a) La primera, que la política económica basada en la demagógica repartija, a través del gasto público no ha servido para reducir la pobreza; b) La segunda evidencia reconoce los efectos perversos de esta política económica pero ignora las causas que originan la pobreza. c) La tercera certeza es que si no se remueven esas causas, los pobres nunca podrán, de por vida, abandonar un estado de indigencia que heredarán sus hijos.

 

Después de conocidas las estadísticas del Observatorio Social de la UCA, los obispos agrupados en la Pastoral Social hicieron claras referencias del anterior gobierno y la actual administración sobre la extrema pobreza que se perpetúa en el tiempo, sin solución de continuidad.

 

Hacen suya la exhortación del papa Bergoglio en los dos Encuentros Mundiales de Movimientos Populares, realizados en el Vaticano (oct. 2014) y en Santa Cruz de la Sierra (jun. 2015). Allí dijo el Papa: “Ninguna familia sin Techo, ningún campesino sin Tierra y ninguna persona sin Trabajo. Es extraño pero si hablo de esto, para algunos resulta que el Papa es comunista, pero el amor a los pobres está en el centro del Evangelio y no responde a una ideología”.

La mera crítica como reproche, se basa en un postulado que parece razonable pero erróneo y engañoso en su base. Se trata del famoso argumento del “derrame”, esgrimido de este modo en un documento pontificio: “Algunos todavía defienden que las teorías del ‘derrame’, supuestas en todo crecimiento económico favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismas mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante”. (Papa Bergoglio, 2013).

 

Es una lástima que el Pontífice no haya sabido que siete años antes, en 2006, el economista estadounidense Thomas Sowell de la Universidad de Standford, había advertido sobre este inusitado prejuicio acerca del derrame: “Desafío a que alguien señale un economista que trabaje en el sector público, o que enseñe en la academia o en cualquier otro lugar que no sea un asilo para lunáticos, que alguna vez haya argumentado a favor de una ‘teoría del derrame’. Para criticar esta teoría nada es más fácil, que inventar una versión absurda y utópica de la misma”.

Lo notable es que ni la Iglesia ni el Episcopado necesitan recurrir a estos argumentos contra el “derrame” para exigir soluciones al problema de la pobreza. Porque de este modo se perderán en los laberintos de las ideologías revolucionarias, sean jacobinas o marxistas. La propia Iglesia tiene en su seno un poderoso arsenal de verdades que le permiten desarrollar un pensamiento propio, idóneo para ponerse en práctica con resultados sorprendentes.

 

Nos referimos a la Escuela de Salamanca, desarrollada por la orden de los predicadores (monjes dominicos) entre los años 1300 a 1530 cuyas sabias enseñanzas se extendieron a todas las universidades europeas y que siguen exhibiendo una sorprendente actualidad.

 

Esta famosa escuela llamada también “escolástica hispánica” o “escolástica tardía” supo unir la Razón con la Fe y permitió —gracias a Tomás de Aquino— que la Lógica de Aristóteles y los epicúreos fuese aplicada al análisis y solución de los problemas económicos de la vida real, para encontrarles remedio. Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Luis de Alcalá, Martín de Azpilcueta, San Bernardino de Siena, Juan de Mariana, San Antonino de Florencia, Tomás de Mercado y Francisco Suárez entre muchos otros dominicos, crearon los fundamentos del derecho natural, los derechos humanos, la noción de soberanía política, el derecho de gentes, el derecho internacional tal como hoy se lo concibe y las bases de las leyes económicas sobre temas como: mercado, equidad en los intercambios, salario y formación de precios, monopolio o competencia, emisión de moneda e inflación, impuestos y despilfarro, lujo en la corte y pobreza del pueblo, crecimiento sostenible, industrialización y agricultura en el comercio internacional. Estos monjes dominicos de la Escuela de Salamanca se anticiparon cuatro siglos a las ideas de Adam Smith, llamado el padre de la economía moderna, porque enseñaron exactamente lo mismo que mostrara el libro de este escocés “La riqueza de las Naciones” publicado en 1776.

 

No se comprende entonces, que la Iglesia deba recurrir a ideologías sospechosas de revulsivas doctrinas jacobinas o marxistas, cuando tiene tal riqueza intelectual en su patrimonio histórico y moral.

Cuán distintas y valiosas serían las declaraciones de los obispos de la Pastoral social si comprendiesen estas circunstancias y adoptaran las verdades innegables proclamadas por la Escuela de Salamanca de la orden de predicadores.

 

Hoy la fiscalidad de las empresas que operan en el mercado interno y las corporaciones que actúan en el comercio internacional, termina siendo trasladada íntegramente a las personas físicas, que soportan los impuestos y la inflación. Existen 96 impuestos directos, indirectos del orden nacional, provincial y municipal. Con todos ellos, el Estado llega a sustraer el 73% del valor económico creado por las actividades de las personas físicas.

 

Si los obispos consiguiesen convencer al gobierno que la pobreza se elimina con educación de alta calidad y rebajando impuestos, para que los pobres que trabajan en negro o en blanco, puedan acumular capital con las rentas generadas por su propio trabajo, habrán brindado el mejor servicio temporal que el Señor les está requiriendo. Cada día que pasa es más angustiante la necesidad de que lo hagan.

 

 

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