Días atrás el titular del PAMI, Dr. Carlos Regazzoni, despertó un cúmulo de reacciones cuando dio a entender ante los medios que muchas personas al momento del retiro se encuentran en plenas facultades de seguir participando y contribuyendo al mercado laboral. Estaba en lo cierto. En otras palabras expresó el deseo de muchas personas de no querer jubilarse, y además, puso en agenda un tema que en nuestro país debe ser debatido: la edad jubilatoria. Países como España ya lo han considerado o están en vías como Alemania. El retraso en la edad jubilatoria es un tema que, guste o no, forma parte de la agenda pública. Sin embargo, lo inconveniente de hacer declaraciones provocativas está en no contemplar la evidencia y ofrecer propuestas alternativas. De allí la desmesurada reacción de la mayoría. Un costo político innecesario que requirió la intervención del propio presidente Macri.
Los modelos actuales para la edad del retiro responden —en su mayoría— al modelo alemán impulsado por Bismark a principios del siglo pasado, cuando eran muy pocos quienes llegaban a disfrutar de este beneficio social. Con el avance de la medicina, pero principalmente de las medidas de saneamiento en la segunda mitad del siglo XX, la expectativa de vida creció a un ritmo de casi 4 años y medio por década, lo que provocó —al menos— tres fenómenos: el aumento en cantidad de personas mayores, la llegada a edades avanzadas de personas inaptas que por su condición de salud antes no alcanzaban y la lentitud de las políticas públicas en responder a este cambio demográfico. El rápido envejecimiento poblacional no es sólo un gran desafío social —en términos de presupuesto público, fuerza laboral, competitividad y calidad de vida— sino que es una gran e inigualable oportunidad para el crecimiento y para la creación de nuevas fuentes de trabajo que conforman la llamada “economía plateada”. Dentro de ella la relación entre trabajo, empleado y mercado laboral tiene múltiples dimensiones para su análisis: El trabajador como dador de servicios, el empleador del adulto mayor y las tendencias del mercado laboral son tres de ellas. Son las más estudiadas. Los estudios actuales muestran que las personas mayores menos calificadas son las que se acogen con mayor beneplácito a una pensión, ya que les regulariza un ingreso económico; mientras que los más calificados intentan seguir involucrados en el mercado laboral una vez pasada la edad jubilatoria. Además, la evidencia científica hoy está mostrando que quienes dejan de participar del tejido social como el que brinda el empleo formal, desarrollan con mayor frecuencia deterioro cognitivo. Ese fue el resultado del Estudio de los Trabajadores Franceses de 2013 que incluyó más de 400.000 personas, y que mostró que quien se retiraba a los 65 años tenía 15% menos de probabilidad de desarrollarlo respecto del que se retiraba a los 60 años. Las estadísticas también muestran que en países como México y Brasil, el 40% de las personas mayores aún permanecen en el mercado laboral formal. Además, la mayoría de las personas entre 60 y 70 años proveen ayuda económica a sus familias. En el caso de Argentina, el 15% de los mayores de 60 realiza tareas o servicios de forma voluntaria y el 18% ayuda con dinero en efectivo o a través de un gasto familiar. Por ello, es necesario pensar en aspectos como flexibilización de horarios de trabajo y esquemas, trabajos a tiempo parcial, arreglos para compartir tareas, contribuciones voluntarias, rediseño de tareas y ocupaciones, estrategias de reclutamiento y retención o contemplación del trabajador con limitaciones o deterioro. Es necesario valorar y retener la experiencia de los trabajadores mayores.