La reciente visita del presidente Javier Milei a Estados Unidos, con la promesa de un posible acuerdo de libre comercio con la administración de Donald Trump, marca un hito en la política exterior argentina. Su participación en la Cumbre Internacional Conservadora (CPAC) en Florida, rodeado de figuras de la extrema derecha estadounidense y de los principales donantes republicanos, es el primer gran paso internacional de su gobierno. Aunque la agenda de Milei está cargada, con una próxima reunión con el presidente francés Emmanuel Macron y una participación en la cumbre del G20, es evidente que su encuentro con Trump tiene un significado especial, tanto en términos ideológicos como estratégicos.
La intención de forjar un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos, si bien puede ofrecer algunas oportunidades económicas, plantea también interrogantes sobre la verdadera viabilidad y el impacto de tal alianza. En los últimos años, los acuerdos comerciales han sido beneficiosos en ciertos sectores, pero también han intensificado la dependencia de economías más pequeñas frente a las mayores potencias. Este tipo de tratados generalmente beneficia a industrias establecidas y competitivas, mientras que puede relegar sectores locales a una lucha desigual frente a las multinacionales. ¿Argentina, con su economía debilitada y su estructura productiva aún en recuperación, está preparada para abrir sus fronteras sin condiciones?
El hecho de que Milei se haya posicionado como un aliado ideológico de Trump y de las políticas conservadoras estadounidenses es un cambio brusco en la política exterior argentina, históricamente caracterizada por mantener una cierta distancia respecto a la influencia norteamericana. La apuesta por un libre comercio sin muchas restricciones podría tener repercusiones complejas en la economía nacional, que aún no ha superado las secuelas de las crisis financieras recientes. Una apertura comercial sin garantías de protección para la industria nacional podría perjudicar a las pequeñas y medianas empresas, mientras que sectores estratégicos podrían quedar en manos de inversores extranjeros.
Milei, al igual que Trump, representa una corriente de pensamiento que busca distanciarse de los organismos multilaterales y de los acuerdos regionales como el Mercosur, abriendo, en cambio, una política de puertas abiertas al comercio con Estados Unidos. Sin embargo, la realidad latinoamericana es particular y demanda una visión integral que tome en cuenta tanto las relaciones con potencias como con los países vecinos y la región.
Además, la presencia de Milei en el CPAC refuerza su intención de construir una política exterior en línea con la extrema derecha global. La influencia de Agustín Laje, un politólogo conocido por sus posturas antifeministas y conservadoras, es otro factor que añade un tono ideológico específico a la política internacional de este gobierno. Esto también podría impactar en los valores democráticos y los derechos humanos que Argentina históricamente ha defendido en foros internacionales.
Es posible que el viaje de Milei esté más enfocado en fortalecer sus alianzas ideológicas y proyectar una imagen de poder que en construir acuerdos concretos y beneficiosos para el país. La política exterior no debería ser una extensión de la afinidad ideológica, sino una herramienta estratégica para el desarrollo nacional. Mientras Milei busca fortalecer su figura en el ámbito internacional, la pregunta sigue siendo: ¿será esta una oportunidad real para Argentina o simplemente un intento de alineación con una corriente ideológica que podría aislarla aún más de la región y de los compromisos multilaterales?
