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“El papa Francisco nos bautizó a muchos villeros, no con agua, sino con dignidad”

Bergoglio, el cura que caminaba con los más humildes antes de convertirse en pontífice, fue para muchos vecinos y vecinas un faro de esperanza en tiempos oscuros.

En las calles de la Villa 21-24, la figura del papa Francisco no es un símbolo distante, sino una presencia cercana, tangible, que dejó huellas en los pasillos y en los corazones. Jorge Mario Bergoglio, el cura que caminaba con los más humildes antes de convertirse en pontífice, fue para muchos vecinos y vecinas un faro de esperanza en tiempos oscuros.

La historia de Tamara Noga, vecina del barrio y autora de una carta publicada recientemente, resume lo que significó Francisco para los sectores más postergados. “Desde chica estuve cerca de la Iglesia”, comienza escribiendo, pero como tantos, se alejó cuando sintió que la fe venía con juicio y exclusión. Fue recién años más tarde, tras leer una frase escrita por su abuela fallecida —"¿Cómo fue que hoy estoy aquí? No cuestiono a Dios, solo quisiera darme cuenta del por qué"— que comenzó un camino de regreso a una fe diferente: más libre, más amorosa.

Ese reencuentro espiritual no fue casual. Coincidió con la irrupción de un papa que, desde el Vaticano, rompió los moldes tradicionales, habló de los “descartados” de la sociedad y se acercó a los jóvenes, a las mujeres, a la comunidad LGBTIQ+, a los pobres. “Francisco rompió protocolos”, señala Tamara. “Luchó por la justicia social. Y esa forma de mirar al otro nos devolvió la esperanza”.

En la villa, la fe no es solo un dogma. Es abrigo, es refugio, es lucha compartida. En la Parroquia de Caacupé, centro espiritual y social del barrio, los curas villeros siguen el ejemplo del papa con acciones concretas: “Salen al barrio, nos escuchan sin juzgar. Es refugio cuando hay frío, hambre o dolor”.

La autora sintetiza una verdad profunda: “En la villa, la fe no es abstracta. Es lo que nos mantiene vivos”. La fe se construye con gestos cotidianos, con solidaridad entre vecinos, con una mano que se tiende cuando falta algo, con una palabra de consuelo frente a la pérdida.

Por eso, Tamara no duda en afirmar:

“El papa Francisco nos bautizó a muchos villeros. No con agua, sino con dignidad”.

Ese es el legado que permanece. Más allá de las ceremonias, más allá del protocolo, su paso por la historia de la Iglesia y del mundo transformó la espiritualidad popular en una fuerza de resistencia y esperanza. Una fe que sigue viva, en los rincones más humildes, donde nunca dejó de habitar.

Tamara Noga, vecina de la Villa 21-24

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