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Opinión

Argentina: un gran reservorio agroalimentario

El desarrollo agrícola de nuestro país parece indicar que la mayor producción deberá provenir más del mejoramiento de la productividad que de la tradicional expansión de áreas de cultivos. La Argentina cuenta con un suelo más rico que el de los Estados Unidos o Canadá y puede cosechar un trigo similar al norteamericano a un costo mucho menor. La ventaja es que precisa menos o ningún fertilizante.

 

El resurgimiento de la producción triguera argentina se presenta con inmejorables posibilidades de comercialización sostenida a futuro. Nuestro país ha estado vendiendo más barato que los Estados Unidos y Canadá a los países de la Comunidad Europea, reconquistando gran parte del mercado triguero y convirtiéndose en un importante abastecedor de China, que ahora debe intensificar sus compras al exterior y la Argentina sigue siendo el principal candidato en materia de granos.

 

Las potencias exportadoras atisban que la Argentina está en condiciones de causar un nuevo “boom” triguero, si se lo propone. No hay que olvidar tampoco que esas mismas potencias dedican gran parte de su producción de maíz a la fabricación de biocombustibles, con lo que se resiente el abastecimiento para alimento. Al respecto, nuestro país representa un gran reservorio.

 

La Argentina, que en la octava década del siglo XIX no podía cubrir las necesidades de trigo con sus propios recursos, alcanzó en los albores del siglo XX a ocupar uno de los primeros puestos en el mercado mundial como exportadora de este cereal; más adelante logró el primer puesto en la exportación de carnes.

 

El incipiente proceso de industrialización de la década del 50 provocó el éxodo campesino hacia las grandes ciudades, ocasionando una vertiginosa caída de la producción agraria.

 

En la actualidad, después de los años de conflicto con el kirchnerismo, la reactivación del campo está dando óptimos resultados, que reinstalan al país en el concierto de los grandes productores mundiales de granos y sus derivados.

 

El déficit cerealístico de muchas naciones, sobre todo las subdesarrolladas, pondrá a muchas en la necesidad imperiosa de recibir alimentos. Es de esperar que esto no signifique un nuevo tipo de colonialismo, de guerra del hambre, conocido en los círculos de iniciados por la inocente denominación de “estrategia de los alimentos”.

 

Las cifras nos dicen que en el mundo hay 850 millones de personas hambrientas, lo cual representa una gravísima amenaza para la supervivencia de los pueblos cuya agricultura está sometida a inestabilidades climatológicas desastrosas.

 

Los pronósticos dicen que el déficit alimentario que aqueja a los países africanos, iberoamericanos y asiáticos (con excepción de algunos que han conseguido la autosuficiencia) tiende a empeorar.

 

Una catástrofe podría suceder si no se logra, a nivel mundial, un sistema alimentario coordinado, tema que desde luego siempre se ha debatido pero que nunca se ha cumplimentado para evitar crisis como las que padecen grandes multitudes hambrientas.

 

 

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