La contienda por la nominación del Partido Republicano ha concluido y su vencedor puede ser considerado como uno de los más inusuales candidatos presidenciales en la historia de los Estados Unidos.
Donald Trump, empresario hotelero, magnate inmobiliario y estrella de reality shows, ha logrado derrotar a todos aquellos que se le opusieron en el período de primarias, incluyendo nueve actuales o antiguos gobernadores y cinco miembros del Senado. Aunque su total del voto en la primaria apenas supera el 40%, la ausencia de un contrincante fuerte y las características de las reglas de juego en muchos Estados impidieron la aparición de una alternativa viable a Trump entre sus fragmentados rivales, lo cual le ha permitido a Trump ser el último competidor en pie.
Su perfil nativista, las rutinarias declaraciones extravagantes, racistas o misóginas, la violencia en sus actividades de campaña y la marcada ignorancia del candidato no lo vuelven una opción atractiva para muchos conservadores que han tenido un rol fundamental en numerosas elecciones durante el último cuarto de siglo o más.
Se ha orientando su discurso hacia una audiencia más amplia que los votantes de las primarias, incluyendo a figuras de la élite a la que prometió destronar o acercándose a la ortodoxia conservadora contra la cual transgredió, el presunto candidato presidencial deberá intentar satisfacer a un electorado pequeño pero poderoso que ha controlado la institución desde hace décadas.
De no lograrlo, existe la posibilidad de que Trump ni siquiera deba preocuparse por los efectos de su vasta imagen negativa entre el electorado general, puesto que serían los propios Republicanos quienes lo privarían de sus chances de conquistar la Casa Blanca.
A pesar de su considerable éxito en las urnas, el magnate inmobiliario no posee prácticamente ningún respaldo propio entre los jerarcas partidarios, las principales plumas conservadoras ni los grandes donantes imprescindibles para una elección presidencial.
Estos optaron inicialmente por Jeb Bush, luego por Marco Rubio y concluyeron el proceso de primarias retirándose disgustados o respaldando a Ted Cruz como el mal menor, todo el tiempo considerando a Donald Trump como un candidato en broma o una peligrosa fantasía populista. Muchos de ellos inclusive participaron en la producción o diseño de campañas de propaganda política explícitamente anti-Trump o redactaron artículos atacándolo en las publicaciones más importantes del país.
El origen de su desagrado no sólo yace en la cooptación del partido por un intruso de casi nula experiencia política, sino también por el rechazo de Trump a gran parte de la doctrina económica e impositiva que la institución y sus miembros han propugnado desde la era de Reagan. Los ataques del candidato al libre comercio y su desinterés por recortar o abolir varios programas de seguridad social son una afronta directa a los principios e intereses del establishment partidario, que a su vez posee nulo interés en una reforma migratoria nativista que los prive de importar mano de obra barata.
Este panorama deja al partido Republicano con tres alternativas.
La primera consiste de la difícil tarea de encontrar un punto medio entre la vieja guardia y Trump, lo cual precisaría de una transformación radical del candidato y un alto grado de amnesia selectiva por parte de todos los involucrados.
Aunque esta vía contaría con el beneficio de cerrar las fisuras de la coalición Republicana, es altamente improbable que Trump esté dispuesto a sacrificar su autenticidad en pos de obtener el apoyo del grupo de opositores que derrotó fácilmente a pesar de su profesionalismo.
Una segunda, tal vez la más probable de ser aceptada, involucra una tregua entre las dos facciones que no implique más que la tácita aceptación de Trump como el candidato por parte de sus opositores. De esta manera, la jerarquía partidaria probablemente se enfocaría en ir al socorro de los candidatos Republicanos al Senado y a la Cámara de Representantes, dejando a Trump a su suerte contra Clinton.
Este abandono tendría efectos más evidentes en el cofre de campaña de Trump que en los sondeos, pero lo impactaría muy negativamente de todas maneras si no posee los fondos para producir altos niveles de participación o contrarrestar la casi segura avalancha propagandística Demócrata. Trump podrá hacer alarde de su riqueza, pero no posee los fondos para una campaña de más de mil millones de dólares ni cuenta aún con los medios para obtenerlos.
La última opción disponible, preferida por muchos intelectuales conservadores e inclusive por el Senador por Nebraska Ben Sasse, consiste en presentar un candidato propio por fuera del partido Republicano.
Semejante maniobra tendría el efecto de fracturar al partido oficialmente entre las facciones pro y anti-Trump, eliminar cualquier posibilidad de moderar el discurso del magnate y concederle la presidencia a Clinton en términos prácticos, por lo que cuenta con muy pocos adherentes entre la jerarquía partidaria.
Por suerte para el presunto candidato, los dirigentes Republicanos en múltiples Estados se han movilizado para impedir esta fractura, mientras que los plazos para figurar en la boleta en los 50 estados han comenzado a vencer, por lo que cualquier opositor que desee enfrentarlo en noviembre tiene por delante un difícil desafío contrarreloj por obtener las firmas y fondos necesarios para competir. Resta ver en las siguientes semanas si alguno de sus enemigos considera que una secesión o un apoyo al partido Libertario (que incluirá dos ex-Republicanos en la fórmula) sería menos nocivo al partido que el daño que Trump y su mensaje prometen ocasionarle.