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Opinión Delfo Cabrera, a 35 años de su muerte

El argentino que hizo temblar Wembley

Eduardo Di Cola,

Ex diputado nacional

Después de más de dos horas y media de disputa la competencia estaba finalizando. Con ella también se despedían las olimpíadas que en aquellos tiempos se celebraban en Londres.

 

Se abren las puertas del mítico Wembley, era 7 de agosto de 1948. Por allí ingresarían los competidores para recorrer los últimos metros después de un agotador esfuerzo de 42 km.

 

En épocas que la tecnología dificultaba seguir al momento el desarrollo de la competencia, la incertidumbre y expectativa dominaban la escena de un estadio desbordado. Restaba sólo la vuelta final al campo de juego de la gesta deportiva que demanda el mayor esfuerzo, emulando al soldado griego Filipides, quien en el año 490 a. de C murió de fatiga tras haber corrido 37 km desde Maratón hasta Atenas para anunciar la victoria sobre el ejército persa.

 

De repente ingresa el primer maratonista, el que venía ganando era el belga Etienne Gailly, uno de los candidatos en los pronósticos previos; sus trancos temblorosos mostraban evidentes signos de agotamiento.

 

Las delegaciones y medallistas de todo el mundo saludaban haciendo flamear las banderas de sus países. En las tribunas setenta mil personas bramando de pie rendían su homenaje. La explosión de la multitud al momento que nuestro atleta alcanza el primer lugar fue recordada como una de la más estruendosas de las conocidas hasta ese momento en el Wembley. Y era por uno nuestro.

 

Fue noticia en el mundo. En Wembley un argentino, atleta del Club San Lorenzo de Almagro, había ganado la competencia atlética más difícil en un vibrante final.

Delfo Cabrera, envuelto en la bandera argentina, recibía la medalla de oro. Había ganado el maratón. Pero Delfo, sin padre desde pequeño, de familia muy humilde, que para sobrevivir había trabajado como cortador de ladrillos y en la cosecha a mano de maíz, persona íntegra y excelente atleta, había cometido un “error” imperdonable para los profetas del odio.

 

Era peronista, y además se había ganado la admiración y cariño de sus compatriotas, en un país que no hacía muchos años lo había tenido como un niño explotado.

 

 

 

 

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